Capítulo 14: Full 80’s

Segunda temporada

La Candidata Íngrid Betancourt Verde Oxígeno Alvaro Gomez Hurtado Movimiento de Salvación Nacional Luis Carlos Galan Juan Manuel Nuevo Liberalismo

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Viernes 24 de septiembre de 2021

Al salón reservado del restaurante Nueve llegaron los bocados de «tamalito de pipián con pulpo ahumado al tabaco y hogao crudo». Íngrid Betancourt, la senadora Angélica Lozano, la alcaldesa Claudia López y la Candidata hicieron un gesto de júbilo. «Qué delicia». «No-no-no-no-no». «Miren esa maravilla».

Íngrid se negó amablemente a probar una copa de «Abadía Retuerta selección especial» del año 2016, un vino que, según sus creadores, «combina la riqueza del tempranillo, la intensidad del syrah y la elegancia del cabernet sauvignon […] La entrada en boca es amable, pero firme». A la Candidata se le ocurrieron por lo menos tres cosas que de verdad pueden entrar a la boca de manera amable, pero firme: las hostias, los helados y los penes erectos. También dijeron en el restaurante que aquel era «un vino muy equilibrado, armónico, de gran riqueza aromática e increíble expresividad». La Candidata repitió para sí la fórmula de su chiste interno, que no compartió allí, pero que seguramente habría soltado con un grupo de amigas del colegio: «Más riqueza aromática y expresividad hay en las flores, los perros… y los penes erectos».

El dichoso vino era otro vino más, sobre todo para ella. Del tema sabía, pero le daba igual el «intenso toque frutal» de la bebida o que hubiera «envejecido en barricas de roble francés y americano que le aporta notas de cedro y torrefacción». Cualquier asomo de hedonismo que hubiera tenido se le había quedado en la selva. Allí, de los más de seis años que estuvo en cautiverio, comió arroz casi exclusivamente durante cuatro años y nueve días, con contadas excepciones de pasta y lentejas. Aprendió a disfrutar, como si fueran un lujo, los momentos en que le dieron «cancharina», el «pan fariano», una mezcla de agua, sal, harina y huevo que se fríe en aceite. Después de que le escupieran la comida, le negaran agua, la pusieran a dormir en nidos de garrapatas y la obligaran a orinar en frente de los otros secuestrados, Íngrid lo tenía todo mientras pudiera hacer tres cosas: hablar con sus hijos, comer en un plato limpio y usar un sanitario en buen estado.

Propusieron una foto. La Candidata pidió no aparecer. Quería evitar reclamos de sus quisquillosos y sectarios compañeros de la «coalición de la esperanza» (leer capítulo 12). Tenía que consultar con ellos cualquier cosa desde que dijo en la radio que votaría por Gustavo Petro. Angélica subió la imagen a Instagram.

—No, hermana —se burló Claudia—. Mire los ojos donde los tengo. Qué es esa cara de cansancio…

Un seguidor informado comentó: «Para cuándo el regreso del partido Oxígeno». Angélica se había prometido manejar con discreción el tema que las tenía celebrando en aquel restaurante, pero le ganó la excitación, tal vez animada por el alcohol en su torrente sanguíneo: «Pronto», respondió.

Quizás la embriaguez era más por la emoción que por el vino. Angélica estaba cumpliendo un sueño. Íngrid fue su primera traga política. Estrenó su cédula votando por ella al Senado en 1998 —cuando Íngrid sacó la mayor votación del Congreso— y luego trabajó como su asistente mientras estudiaba derecho. La primera en llegar a su fiesta de graduación fue Íngrid. También fue la última fiesta a la que asistiría su heroína, porque 16 horas después la secuestraron.

Íngrid, que tras su liberación le había dicho adiós a la política, ahora tenía la convicción de regresar; con el mismo derecho de quien reniega del matrimonio y a la vuelta de unos años publica las fotos de su boda en Facebook; con la naturalidad de quien cambia de opinión  y primero dice «te amaré toda la vida», para después no soportar la presencia diaria del otro. Justo eso le había pasado a Angélica en su matrimonio con la Alianza Verde. Llegaron al punto de no soportarse después de haberse jurado amor eterno, con un ingrediente adicional: Angélica sentía que podía devolverse en el tiempo para vivir a plenitud su primer amor. La sentencia de la Corte Constitucional que revivía al Nuevo Liberalismo, permitiría revivir también el Partido Verde Oxígeno, el partido de Íngrid… el partido de Angélica, el partido de las dos.

—A ver, a ver, a ver… —dijo la Candidata, queriendo ponerle orden a la conversación y lanzando una pregunta cuya respuesta conocía—. ¿Desde hace cuánto están moviendo esto?

Angélica respondió con algo de inseguridad:

—Uff… Desde hace como… dos o tres meses… Con decirte que Lucas Pombo no se había ido de la W cuando le contamos. Fue al primero que le dijimos.

La Candidata le dejó saber su incredulidad al instante.

—Yo voy a permitir que ustedes piensen lo que quieran de mí, menos que soy ingenua… Esto tiene toda la pinta de que lo están moviendo desde el mismo momento en que eligieron a Ibáñez en la Corte —Angélica, Íngrid y Claudia se cruzaron miradas sin decir nada—. Yo al principio no entendía que un magistrado ultraconservador, como es Ibáñez, fuera el autor de la ponencia que revive al Nuevo Liberalismo, pero ahora me queda claro… Ustedes me dirán si estoy equivocada: lo que Ibáñez estaba haciendo no era revivir al partido de Luis Carlos Galán… o el de Íngrid Betancourt… Su motivación de fondo era devolverle la personería jurídica al partido de Álvaro Gómez Hurtado… Así fue que lo convencieron de hacer esto, ¿o no?

Ninguna dijo nada. Por primera vez desde que estaban en el restaurante, se podía oír todo menos la algarabía de ellas. Ante el silencio, que casi fue una confesión, la Candidata le quitó tensión al momento:

—Bueno, ¡así o más evidentes!

Todas rieron. Claudia recostó su cabeza en Angélica; Angélica puso su mano en la de Íngrid; Íngrid se escondió detrás de su vaso. Dejaron que fluyeran las carcajadas hasta que se fueron apagando. Angélica las rescató de un nuevo silencio recordando un famoso bar de Bogotá, que Íngrid no alcanzó a conocer porque lo inauguraron el mismo año de su secuestro.

—Esto es como «Full 80’s», pero los clásicos que vamos a poner son el Nuevo Liberalismo de Galán, el Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez… y hasta la UP de Jaime Pardo…

La Candidata señaló a Íngrid, sugiriendo que faltaba ella.

—¡Ah, no! —se defendió Betancourt—. Yo sí voy a volver, pero soy un clásico de otra década. Yo empecé a hacer política en los 90.

***

Viernes 1º de octubre de 2021

Clara Rojas recibió un mensaje de texto de un familiar. Fue alertada de unas inesperadas muestras de respaldo en redes sociales. La excongresista revisó su cuenta de Twitter, a la que no le paraba muchas bolas, y confirmó que había una inusual actividad alrededor de su nombre: «Qué buena noticia lo de Verde Oxígeno»; «¡Vuelve, Clara!»; «Si alguien tiene derecho a un aval en estos tiempos es Clara Rojas»; «Yo voté por Clara a la vicepresidencia en 2002 y volvería a votar por ella».

Muy cerca, en la sede de campaña de la Candidata, en Bogotá, Lorena entró a la oficina de su jefa para actualizarla de aquel movimiento en redes sociales.

—Ya prendimos las bodegas.

—¿Ah, sí?… ¿Para qué tema? —preguntó despistada la Candidata.

—El de Clara. Pusieron 13 tuits con menciones de la cuenta de ella y otros 24 sin menciones. Te envié un resumen al correo.

—A ver…

La Candidata revisó con morbo su bandeja de entrada, abrió el mensaje y leyó uno a uno los tuits que pusieron.

—Ah, ¡este me encanta! —dijo la jefa y leyó el tuit en voz alta—: «El Partido Verde Oxígeno también le pertenece a Clara Rojas, tanto como a Íngrid Betancourt».

Se quedaron masticando el mensaje mientras se miraban la una a la otra.

—Tentador —dijo Lorena.

—Muy tentador… A los políticos nos encantan las muestras «espontáneas» de apoyo. Así podemos decir cosas como: «Esta no es una aspiración personal, sino un clamor popular». O… «estoy aquí porque la gente, en la calle, me lo ha pedido». Nada más tramposo que la equivocada sensación de «respaldo ciudadano».

Lorena se quedó pensando con un aire de congoja.

—¿Qué pasa? —le preguntó la Candidata.

—Mmm… ¿Para qué hacerle esto a Íngrid y a Clara?… Ya el centro está más que dividido… Están… despedazados.

Al rostro de la Candidata se le notó, más que de costumbre, la falta de empatía.

—Sí… Eso es cierto… Ya están despedazados, pero… ¿por qué parar acá si también podemos humillarlos?

Lorena comprendió que no habría espacio para la compasión en esa conversación.

—Donde Clara nos coja la caña… va a ser tremendo… Con todos los puentes que es capaz de tender Íngrid en el centro, la única persona en el mundo con la que no podría trabajar es con ella, con la que fue su fórmula a la Vicepresidencia. ¿Te imaginas la cara de Íngrid donde no le quede más opción que recibirla?

—Me imagino más la reacción de Angélica —respondió la Candidata—. Va a decir: «Con estos hijueputas no se puede hacer nada».

(Escuche aquí la experiencia de Íngrid con Clara Rojas, cuando trabajaron juntas en la campaña presidencial de 2002). 

***

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