Capítulo 39: Vicky Dávila y 93 horas de silencio

Segunda temporada

Tomada de «Las 2 Orillas».

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Viernes 9 de junio de 2023

La Candidata revisó el sello del puro cubano que le ofrecieron: Cohiba. Le gustaba el color café de la envoltura y el ligero brillo que lo asemeja al cuero. Lo palpó en diferentes puntos, presionándolo con el pulgar y el índice, para comprobar que estuviera firme, pero no rígido. Lo olió, dos veces, con inhalaciones profundas.

—Es de los que fumaba el comandante Fidel Castro —dijo el mesero.

La mujer entregó el habano. El mesero cortó la perilla del puro con una guillotina, se lo regresó a ella y le ofreció un encendedor de gas butano, ideal porque su llama es inodora y así se evita que el sabor de otro tipo de combustión impregne el puro. La Candidata tardó unos segundos en prenderlo. Chupó bocanadas suaves y luego sopló la parte que ardía mientras hacía girar el cigarro, para que la boquilla se quemara con uniformidad. Agradeció al hombre y se quedó sola saboreando el tabaco.

Estaba en un comedor, al aire libre, en el centro de eventos de El Laguito, el exclusivo sector de La Habana destinado al goce del régimen cubano, de sus amigos y de sus invitados. A solo unos metros, en el salón principal, el presidente Gustavo Petro asistía a la clausura del tercer ciclo de la Mesa de Diálogos de Paz con el ELN.

La Candidata recibió una llamada por Telegram.

—Adivina… —saludó ella a Nicolás Ulloa—. Me estoy fumando un puro de los que se fumaba Fidel Castro.

—¿Y qué tal?

La Candidata aspiró unas bocanadas más, solo para confirmar lo que ya sabía.

—No…, definitivamente no —dijo ella—. Siempre me dejo llevar por el color y por el olor, pero el sabor no me termina de gustar…

—¿Usted está hablando del habano o del comunismo? —bromeó Nicolás.

La Candidata se sorprendió con la pregunta y se quedó pensando.

—Es cierto que el comunismo me atrae en su forma —admitió ella—… y también es cierto que, a la hora de la verdad, no soportaría tener que respirarlo todos los días… Guau, Nicolás… No sé si quiera que me sigas psicoanalizando de esta manera.

Su asesor sonrió sin que ella supiera y cambió de tema:

—¿Al fin qué dijo el presidente de Vicky?

—Dijo que, definitivamente, se acaba nuestra «amistad» con ella… Es una lástima. Teníamos un buen matrimonio, pero… bueno, ya sabes… Nos inventamos el escándalo de la niñera, se salió todo de control y Petro dijo lo que dijo sobre «Semana» y la Fiscalía.


—¿Y entonces? —preguntó Nicolás—. ¿El presidente va a hablar con Gilinski?

—Eso quiere él, pero yo le dije que esperara. Si a Vicky la echan, sin justa causa, la convertimos en mártir, la reafirmamos como jefa de la oposición, la lanzamos a los brazos de la derecha y, en estos tiempos de «influencers», termina convertida en candidata a la Presidencia. Ojo: no me disgusta la idea de que Vicky sea candidata a la Presidencia, pero preferiría que esa fuera una creación mía… Yo de verdad pienso que, por ahora, lo mejor es ablandar a Vicky, que se lo piense dos veces antes de hacer una nueva denuncia contra Petro.

—¿Algo parecido a lo que hicimos en campaña?

—Tal cual —confirmó la Candidata—. Ya sabes que la mejor manera de ablandar a un periodista es induciéndolo al error.

—Inducir a Vicky al error. Me queda claro… ¿Y del coronel Dávila? ¿Alguna novedad?

—Ninguna. No me ha dicho nada.

—¿Qué le ofreció usted?

—Le ofrecí lo estándar para una situación como esta: un muy buen abogado y la garantía de que, como sea que esto termine, a su familia no le va a faltar nada.

A Nicolás le inquietó que el oficial aún no hubiera aceptado la oferta.

—¿Usted cree que sí se va a echar la culpa de todo? —cuestionó el asesor—. ¿Usted cree que va a decir que ordenó las chuzadas por iniciativa propia, sin que ninguno de nosotros supiera?

A la Candidata le extrañó la pregunta.

—Pues claro que lo va a hacer… ¿O acaso le queda otra opción?

***

El celular de la periodista Sylvia Charry vibró en vano. Estaba olvidado en un rincón de la casa, mientras ella atendía a su bebé en otra habitación. Quien llamaba era el coronel Óscar Dávila, desde su camioneta en movimiento.

Dos horas antes Sylvia se había comunicado con él, para preguntarle si era cierta su participación en las chuzadas a la niñera de Laura Sarabia. El oficial, que en la conversación anterior había sido cortante, ahora estaba dispuesto a hablar.

La llamada del coronel, sin embargo, fue respondida por una grabación: «Sistema correo de voz […]». Colgó. Estaba muy nervioso. Respiró hondo para regular sus pulsaciones. Llevaba días reprimiendo algunos de sus más grandes miedos. En la radio del vehículo, que sintonizaba «La luciérnaga», una noticia de última hora terminó de revolverle las emociones a las 6 y 14 de la tarde:

[Escuche a continuación la noticia que, a esa hora exacta, se anunció en Caracol Radio].

El coronel Dávila conocía de antemano esa información, pero se conmovió como si acabara de enterarse.

—Pasemos por una botella de agua, antes de llegar a la casa —le dijo a su conductor, el intendente Javier Galeano.

La camioneta se detuvo en la calle 22 # 48-65, en Bogotá. Una cuadra atrás se detuvo también el carro en el que los venía siguiendo Nicolás Ulloa. El asesor de la Candidata vio cuando el conductor entró a una tienda.

El coronel Dávila se quedó solo, sentado en el puesto del copiloto, pensando en los niños rescatados, en la valentía que habían tenido para ganarse una segunda oportunidad y seguir adelante con sus vidas. Pensó también en él mismo, en sus errores; en cómo los círculos de poder enceguecen y lo inmoral se justifica con buenas intenciones y la ética se tuerce aunque nadie admita que se está torciendo. A punto del colapso emocional, Dávila se quedó viendo el arma de su conductor, abandonada sobre el asiento. Entró en una especie de trance y la cara de agobio le cambió, de repente, por una expresión de frialdad.

Nicolás, a lo lejos, vio al intendente Galeano regresar a la camioneta y abrir la puerta. Dos segundos después, el fogonazo de un arma iluminó el interior del vehículo. Nicolás contuvo el aliento. Sintió miedo. Ese era un sentimiento que experimentaba por primera vez desde que trabajaba para la Candidata.

***

Martes 13 de junio de 2023

Al apartamento de Nicolás Ulloa, en el piso 11 del edificio Panorama, le entra todo el ruido y la polución que emana de la Avenida Caracas, a la altura de la calle 31, en Bogotá. Había abierto el ventanal del comedor, como una medida extra de precaución. De esa manera, si alguien lo estuviera grabando, el molesto ruido de la calle dificultaría que se reconociera su voz.

—Todo lo de metal, en esta caja —le ordenó Nicolás a la periodista que lo visitaba.

Sin estar muy segura, Vicky Dávila entregó su bolso y se quedó con una libreta y un esfero Montblanc en la mano. Nicolás fue a dejar la caja en una habitación y regresó con un detector de metales Garret.

—No, hasta allá tampoco —se quejó Vicky.

Nicolás, sin sobresaltarse, dio un paso atrás.

—Entiendo perfectamente si prefiere irse —sentenció él.

A regañadientes, Vicky abrió los brazos.

—Pero, hombre… Es la primera vez que un entrevistado me requisa así.

El detector de metales emitió un pitido cuando pasó por la mano que sostenía el Montblanc. Nicolás, con un gesto, pidió entregarlo.

—Es el esfero —replicó la directora de «Semana»—. ¿Con qué voy a anotar?

—Yo le presto uno.

Hablaron en el comedor durante 52 minutos. Solo hicieron una pausa mientras Nicolás preparaba café. Al finalizar, Vicky repasó sus apuntes y volvió sobre una afirmación que, en especial, le costaba creer.

—¿Había cinco maletas con 3.000 millones de pesos de Gustavo Petro… y Laura Sarabia se las estaba guardando?

Nicolás respondió sin titubear.

—Eso fue lo que me dijo el coronel Dávila.

Vicky hizo una mueca de negación.

—Veo muy difícil publicar semejante testimonio de una fuente que no da la cara. Porque, además, la única persona que podría corroborar si esto es verdad está muerta.

—Publicar o no es decisión suya —afirmó Nicolás—. Usted verá si lo pone en portada o si hace algo para la página web entresemana o si, simplemente, no hace nada.

A la periodista le sonó una de las opciones.

—Bueno, pues esa idea puede ser: publicar una cosa entresemana, que no sea tan de alto perfil… Tampoco tengo que dar la noticia yo. Puedo decirles a los muchachos de la redacción que hagan un informe a varias voces…

Nicolás interpretó la lógica oculta de Vicky y quiso incomodarla un poco.

—Eso me parece prudente. Es mejor que usted se proteja, sobre todo en este caso, porque es información muy sensible y está basada, como usted dice, en una fuente que no da la cara. Ahí sí es mejor mandar a los peones al frente.

—No, pero no lo digo por eso —reaccionó la directora de «Semana»—. Digo que el informe lo hagan los muchachos, porque… pues, si lo hago yo se vuelve más personal. El petrismo va a decir que esto es un ataque de Vicky Dávila y no una información de «Semana».

—Usted manéjelo como quiera. A mí lo único que me interesa es que, por nada del mundo, se sepa que yo soy la fuente.

La periodista se rascó la sien, se acomodó el pelo y revisó de nuevo las notas en su libreta.

—Nicolás… —dijo pensativa—, ¿usted me jura, por lo más sagrado, que todo esto que me contó es verdad?

—Yo le juro, por lo más sagrado, que todo lo que le conté me lo contó el coronel Dávila… El coronel no tenía porqué decirme mentiras a mí… Yo tampoco tengo porqué decirle mentiras a usted.

***

Lunes 19 de junio de 2023

Aún en ropa de deporte, la Candidata bebía una taza de té caliente en el balcón de su apartamento. Ya había salido a correr y estaba dándole largas a la ducha mientras esperaba la llamada que finalmente se dio.

—Hola —saludó al otro lado de la línea Gabriel Gilinski, dueño de Publicaciones Semana—. Hablé con Vicky.

—¿Qué le dijiste? —preguntó la Candidata

—Le planteé las cosas así como tú me sugeriste: que a mi papá no le interesa la explicación de si la fuente es anónima o si es reservada. Que esa discusión entre periodistas le tiene sin cuidado. Lo que mi papá no quiere, con toda la razón, es que a los Gilinski nos gradúen como enemigos del Gobierno y eso nos enrede las operaciones que tenemos por delante. El presidente fue muy claro con ese comunicado: si «Semana» lo jode a él, él nos jode a nosotros… Todo eso se lo dije a Vicky, tal cual me recomendaste… Ah, y también le dije, al final: «Vicky, teniendo en cuenta esto, ¿usted quiere seguir siendo la directora de “Semana”? ¿Sí o no? La decisión es suya».

—Muy bien. Si hablaste así, fuiste absolutamente claro.

—Sí…, aunque alcancé a pensar que ella prefería renunciar.  

—Por favor, Gabriel… —se burló la Candidata—. A los periodistas sí les gusta decir que «buscan la verdad», pero les gusta más conservar su trabajo… Mira: son las 9 de la mañana. Han pasado… 93 horas desde que Vicky publicó su último tuit. Tú le dijiste que se quedara callada, mientras decidíamos qué hacer, y ya lleva cuatro días en silencio. ¿Sabes lo que significa que una periodista como ella mantenga la boca cerrada durante tanto tiempo?… Significa que Gilinski ordena y Vicky obedece.

—A propósito de eso, me compartió el tuit con el que va a reaparecer en redes. Le advertí que yo lo tenía que revisar antes. Dice una cosa así como que el periodismo no se debe silenciar y que ella va a seguir informando con la verdad… Esas cosas que dicen los periodistas.

—Perfecto. Eso es lo que ella tiene que decir para la galería y por eso es que a ti y a tu papá no les debe importar lo que ella diga de dientes para afuera. Lo único que importa es lo que ella publique en la revista y si eso vuelve a molestar a Petro o no.

***

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