Capítulo 14: Son los militares, estúpido (fin de la 1ª temporada)

Primera temporada

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Jueves 5 de junio de 2014

Juan Carlos el «Tuso» Sierra abrió la puerta del cuarto que venía pagando en un modesto motel a las afueras de Washington. Traía consigo una bolsa de plástico del minimercado con alimentos que le darían para comer, al menos, durante siete días. Así había vivido durante poco más de un año, desde que quedó en libertad, midiendo los dólares para llegar suficientemente alimentado al final de cada semana.

Su celular sonó. No tenía que ver la pantalla para saber quién le estaba marcando. Solo una persona en el mundo lo llamaba a estas alturas de la vida.

—Hola, Juan Carlos. ¿Cómo estás tú? —saludó una voz de acento cubano y con los respectivos matices de quien ha vivido buena parte de su existencia en Estados Unidos (escuche aquí la voz cubana).

Era Manuel Retureta, su abogado (lea el perfil del abogado), reconocido por haber defendido ante la justicia norteamericana a paramilitares extraditados como «Rasguño» y «Jorge 40». Más recientemente había sido tema de conversación por haber conseguido la libertad del Tuso (ahora más conocido por narcotraficante que por paramilitar). No solo logró que su cliente pagara menos de cinco años de cárcel, sino que gestionó para él un permiso de trabajo en Estados Unidos.

—Hola, Manuel… Pues aquí, desempacando el fiambre. Si no me mataron en Colombia, ni en la cárcel, no puedo ahora dejar que me mate el hambre —dijo el Tuso.

—¿Y sigues con la dieta de siempre?

—Sí: pan, atún y macarrones con queso.

El abogado soltó una corta carcajada y fue al grano.

—Mira, Juan Carlos, tengo que decirte algo muy importante: allá en Colombia tienen una obsesión contigo y están presionando al Gobierno de los Estados Unidos para que hables.

—Pero cómo así, Manuel… Si ya dije todo lo que tenía que decir. Tú sabes mejor que nadie que la Fiscalía colombiana me dio una constancia, diciendo que ya terminé con mis versiones libres.

—Claro que lo sé, claro que lo sé… Pero tienes que entender una cosa, chico: tu pasado te va a perseguir por el resto de la vida. Es cierto que por ahora estás protegido, pero siempre que haya presiones políticas, cualquier acuerdo es susceptible de cambiar.

—No, hombre, Manuel. ¿Entonces qué tengo que hacer pa’ que dejen de joderme la vida?

—Colaborar, Juan Carlos, colaborar. Siempre que nos lo pidan, hay que colaborar. Aquí eso es lo que te ha salvado hasta ahora. Pero allá te quieren de regreso, precisamente, para que hables de todas las cosas que aún no le has dicho a la justicia colombiana (ver «Activan solicitud de extradición a Colombia del Tuso Sierra»). No te estoy diciendo que regreses. Por supuesto, no voy a permitirlo. Por eso es que, desde acá, hay que decir todo lo que ellos quieran. Si les das la información que buscan, los vamos a tener tranquilos.

—¿Y quién es el que está obsesionado conmigo en Colombia? ¿La Fiscalía? ¿El Gobierno?

—No estoy seguro —respondió el abogado—. Supongo que sí, pero me parece muy raro, porque nadie en Colombia se ha contactado conmigo. Quien me ha estado presionando es una persona de muy alto rango en la Casa Blanca.

—¿Pero y qué es lo que quieren? Si la Fiscalía colombiana quisiera más testimonios míos, también te hubieran llamado directamente a ti, ¿o no?

—Creo que esa llamada me la van a hacer, pero no todavía. Por lo pronto me están pidiendo que des una entrevista. Supongo que primero quieren ventilar tu testimonio en la prensa. Lo bueno es que lo podemos hacer bajo nuestras condiciones y con el periodista que queramos. Voy a llamar a Julio Sánchez. Él es de confianza y siempre ha respetado las reglas de juego que le pongo sobre la mesa.

***

La Candidata llegó 20 minutos tarde a la sede de campaña reeleccionista, en el Claustro la Enseñanza. Había pedido que en la reunión estuvieran, exclusivamente, el presidente Santos y su fórmula vicepresidencial, Germán Vargas Lleras. «Lo que voy a tratar es muy sensible y no nos conviene tener a muchos testigos», fue su advertencia.

Lo bueno de fijar una cita con el presidente de la república era que, inevitablemente, siempre había chance de que él resultara más incumplido que el resto. En efecto, a las 4:20 p. m. de aquel jueves 5 de junio, Santos no había llegado aún.

—Le está saliendo muy bien eso de la participación en política de la fuerza pública —dijo la Candidata, entrando sin saludar a la oficina de Vargas Lleras.

—Sí —respondió él, encendiendo un cigarrillo—. La entrevista con María Isabel Rueda fue apenas el detonante (lea acá la entrevista). No me han dejado de llamar los medios para que profundice el tema. Mañana me van a entrevistar en Blu, para que repita el cuento. Y no es solo un tema de medios. Ya están investigando a unos policías y le puedo asegurar que van a descabezar a varios. Así le ponemos tatequieto a tanto uniformado que nos está haciendo daño.

—¿Sabe, Germán? Lo que usted hizo me dio varias ideas. Creo que esta es una gran oportunidad para enviarles un mensaje a los uribistas. Hay que hacerles entender que, esta vez, el santismo no está dispuesto a tratarlos con guantes de seda. Tenemos que dejarles claro que vamos a responder frente a sus excesos.

Vargas Lleras la observó con extrema curiosidad.

—Como siempre, Candidata, tiene toda mi atención.

La mujer sacó un trozo de papel de su bolso y se lo entregó. Decía «@kikeorduzs».

—Es la cuenta en Twitter de Jorge Enrique Orduz, un capitán activo del Ejército que se la pasa publicando fotos contra el presidente y a favor del uribismo. Pero lo más interesante es que está casado con Tatiana Cabello, la recién elegida senadora del Centro Democrático.

—Mmm… sí escuché alguna vez de eso. ¿Ella no era periodista política en La W?

—Sí… La verdad es que este tipo de cosas son las que siempre me han hecho pensar que al santismo le falta malicia —dijo la Candidata en un tono despectivo—. El capitán Orduz nunca ha ocultado su activismo político. Pues… al menos no lo ha hecho en Twitter. Semejante perla siempre ha estado ahí, a la vista de todo el mundo, y el Gobierno lo ha dejado pasar. No solo le sugiero que recoja los tuits de esa cuenta y los lleve mañana a Blu, sino que se los entregue como pruebas al Ministerio de Defensa. Esto es un gran papayazo, pero no para denunciar a un militar más, sino para mandarles una clara advertencia a los uribistas: si siguen lanzando mierda, los vamos a enterrar en ella, y con sus seres queridos si es necesario.

El presidente Santos entró a la oficina.

—¿No estarán ustedes conspirando contra mí? —saludó sonriente.

—Pero cómo se le ocurre, presidente —contestó Vargas Lleras con camaradería—. O, pues, al menos yo no. Si algo me ha quedado claro en estos últimos días es que la mayor conspiretas de esta campaña es la Candidata.

—Oiga, sí —añadió Santos, saludando de beso a la mujer—. La gente dizque preocupada por J. J. Rendón, pero si supieran las que se inventa ella…

—Es muy descortés, señores, que le armen gavilla a una dama indefensa —replicó la mujer, uniéndose al ambiente de buen humor—. No me parece justo que me empiecen a hacer mala fama. O bueno… al menos no todavía. Precisamente les pedí que nos reuniéramos hoy, solo los tres, para proponerles unas ideas que… les van a parecer «osadas», por decir lo menos.

El presidente tomó asiento. Cambió su cara alegre por una de seriedad. Sabía que cualquier propuesta que viniera de ella no era motivo de risa.

—No tengo mucho tiempo —advirtió Santos— esta noche es el debate televisado en Caracol y quiero aislarme para repasar unas cosas.

Sin darle más vueltas al asunto, la Candidata se despachó.

—Este país tiene casi medio millón de miembros de la fuerza pública. Todos sabemos que ellos no votan, pero sus familias sí. Esa es una fuerza electoral invisible que, aunque no aparece segmentada en las encuestas, tiene un peso importante en cualquier votación. No sabemos cuántos de ellos están a favor de seguir con la guerra, pero hay que convencerlos de que lo mejor es un acuerdo de paz.

—Pero, Candidata… —dijo Santos, un poco decepcionado del razonamiento obvio de la mujer—. Ese es un frente en el que hemos venido trabajando al interior de la fuerza pública, y también de manera abierta. He dicho de todas las formas posibles que la victoria de los militares es la paz, que no vamos a reducir el pie de fuerza, que les vamos a dar seguridad jurídica por actos del servicio. Es más, les he dicho que si los miembros de las Farc van a recibir beneficios penales, también habrá de eso para los militares acusados o condenados. En fin, hasta les acabo de anunciar dos nuevas primas. Mejor dicho, dirían los uribistas que los hemos «enmermelado». Si eso no ha funcionado, no sé qué pueda servir.

A pesar de haber sido desestimada tan pronto, la Candidata no menguó la seguridad de sus palabras.

—Las ideas que vine a proponerte, Juan Manuel, se centran en una de las cosas que acabas de decir: los beneficios penales para los militares.

—¿Y qué sugieres? ¿Que hable más de eso? No creo que haga la diferencia.

—Tienes razón: si solo hablas del tema, no va a hacer la diferencia. El problema es que el ambiente entre los militares en servicio activo está relativamente calmado. Hace mucho que no revienta un gran escándalo, de verdad-verdad, sobre crímenes y excesos de la fuerza pública y de sus oficiales. Por ejemplo, los procesos que están andando sobre «falsos positivos» dejaron de ser noticia y son principalmente contra quienes llevan un buen tiempo retirados. Es decir: los que hoy están activos, y tienen la mayor influencia sobre la tropa y sus familias, creen que ese asunto no es con ellos… Hay que revivir el miedo en las filas. Tenemos que hacer que los militares deseen, más que nadie, un acuerdo de paz.

—Me suena un poco turbio lo que estás diciendo… ¿Pretendes que le pida al fiscal que reactive investigaciones o que se invente nuevos casos?

—No hace falta inventarse nada, Juan Manuel. El fiscal tiene en sus manos una bomba y tú lo sabes.

Santos se sintió descubierto. Vargas Lleras lo detectó.

—¿Qué es lo que sabes? —preguntó el presidente, poniendo a prueba a la Candidata.

—Sé que el coronel Róbinson González del Río guarda secretos mucho más terribles que su tráfico de contratos y de armas en el Ejército… (ver contexto del escándalo revelado por la revista «Semana» en marzo). También sé que hace dos o tres semanas lo sacaron de la Cárcel la Picota y se lo llevaron al búnker de la Fiscalía. La versión oficial decía que lo trasladaron por «razones de seguridad». Pero no hay que ser un genio para intuir que la Fiscalía solo se preocupa por proteger a testigos que prometan buena información.

El presidente asintió con la cabeza, preocupado.

—La verdad es que el coronel González está colaborando con la Fiscalía —admitió él— y ha hecho acusaciones muy delicadas, no quisiera hablar de eso aquí. No es algo que…

—Confesó más de 20 «falsos positivos», ¿no? —interrumpió ella—. Y como si eso no fuera suficientemente aterrador, tiene información contra el hermano de Álvaro Uribe, contra el general Mario Montoya y contra empresarios que financiaron a las autodefensas. Pero esos no son los temas que quiero tratar. Lo importante es el testimonio contra seis generales que siempre estuvieron al tanto de los «falsos positivos». Si no ha cambiado su versión, tengo entendido que dos de esos generales están hoy en la primera línea de mando.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Santos, aturdido—. Le pedí al fiscal que mantuviera extrema confidencialidad en este asunto.

—No me lo dijo él. Me lo contó Piedad Córdoba.

Santos cruzó miradas de extrañeza con Vargas Lleras.

—¿Y ella por qué sabe?

—Ella se enteró antes que el mismo fiscal. Como sabrás, Piedad ha estado recorriendo varias cárceles del país, entrevistándose con guerrilleros y militares detenidos. Es una tarea que viene haciendo desde hace más de un año, recogiendo propuestas de reconciliación de ambas partes. A Piedad le interesa la paz y lo que todos los presos le han dicho es que están dispuestos a contar la verdad de sus crímenes. Por supuesto, lo que quieren es que los beneficios penales que resulten del proceso de paz se apliquen a ellos. Hace tres semanas se reunió con el general Rito Alejo en la cárcel militar de Puente Aranda (ver noticia). En esa misma cárcel estaba el coronel González antes de que se conocieran sus torcidos. Lo que le dijo el general Rito Alejo es que el coronel tenía mucho que contar sobre generales, hoy activos, que sabían de los «falsos positivos». Luego Piedad buscó al coronel González en La Picota y lo convenció de que hablara. A los pocos días, la Fiscalía se lo llevó para que contara lo mismo que le había dicho a ella.

—Me queda claro que andas muy bien informada —dijo Santos—. Pero no entiendo qué tiene que ver esto con la campaña.

—Te lo acabo de decir. Muchos oficiales en servicio, con influencia sobre la tropa y sus familias, creen que el proceso de paz no es con ellos… Si logramos que varios de los altos mandos se sientan amenazados, por los crímenes que tienen escondidos, van a querer que gane el candidato que les ofrece el mejor negocio para expiar sus culpas. El coronel González tiene que hablar en público y pronto. Hay que advertir a los militares de lo que se les viene encima. Ellos deben entender que les conviene el proceso de paz y que gane el candidato que va a firmar ese acuerdo.

Santos se llevó la mano a la barbilla, indeciso.

—Me preocupa el daño que esto le pueda hacer a las fuerzas armadas.

—Por Dios, Juan Manuel —respondió la Candidata con un dejo de desespero—. Antes de que llegaras le decía a Germán que a esta campaña le falta malicia. Mientras tú estás pensando en no hacerles daño a los militares, ellos te están lapidando a ti. Nosotros deberíamos infundirles miedo a ellos y no al revés. El proceso de paz está en vilo y tú te empeñas en repetir que «las víctimas están en el centro del proceso». ¿Sabes qué diría James Carville?: «Son los militares, estúpido».

Vargas Lleras se echó para atrás. Le produjo incomodidad la situación. Nunca había visto a nadie hablarle así al presidente. Santos, por su parte, no se lo tomó personal. Conocía a la Candidata desde hace más de 20 años y estaba más que blindado frente a su cruda franqueza.

—¿Y a quién le daría la entrevista el coronel González? —indagó el presidente.

—Lo he pensado y debe ser una entrevista en televisión. Que los militares vean que González no tiene miedo a poner la cara y que su testimonio va en serio. Sugiero que sea con Juan Carlos Giraldo, de «RCN». No solo es un periodista serio sino que está a favor del proceso de paz y de tu reelección (ver posturas de @ChivaGiraldo en su cuenta de Twitter).

—Bueno… —dijo el presidente, aún en proceso de autoconvencerse—. Tampoco podemos tapar eso para siempre… Voy a llamar al fiscal para que autorice la entrevista con el coronel.

—Ya que estamos en la misma página… te cuento de otro asunto: estoy cuadrando que el Tuso Sierra le dé una entrevista a un medio colombiano. La idea es que hable no solo contra militares retirados, sino que también sugiera nombres de oficiales activos que trabajaron de la mano con las autodefensas (escuche declaración del Tuso en el minuto 39:44, sobre pagos a una «nómina» de generales). Creo que eso puede reforzar el mensaje de que la paz, y un periodo de justicia transicional, les conviene a todos esos militares con rabo de paja.

—No, no, no… —dijo Santos, alterado—. Me parece muy peligroso. Eso es jugar con candela. ¿Quién más sabe de esto que estás haciendo?

—En Colombia, solo ustedes dos. En Estados Unidos hay un tercero: un contacto en la Casa Blanca, de muy alto nivel. Su nombre me lo reservo (descubra en el capítulo 6 de esta novela quién es el contacto de la Candidata en el gobierno de Obama). Esa persona habló esta mañana con Manuel Retureta, el abogado del Tuso, y lo convenció de que lo mejor para evitar la extradición de su cliente era empezar a dar información. Lo primero es dar la entrevista. Luego entrará la Fiscalía a pedir que entregue un testimonio completo. Si resulta satisfactorio, van a tener menos motivos para exigir que lo devuelvan. Él va a hablar de lo que sea con tal de no poner en riesgo su situación en Estados Unidos.

El presidente se frotó las manos con preocupación.

—Vas a tener que decirme quién es tu contacto para saber que puedo confiar en esto que me propones.

—Lo siento, Juan Manuel, pero no. Lo que sí te puedo asegurar es que mi contacto cree que hago esto por razones personales. Le dejé claro que no se trata de una idea que venga ni de ti, ni del Gobierno. Se supone que es un favor para mí. Hasta ahí te puedo decir.

—Pero… ¿y cómo vas a cuadrar una entrevista con un medio colombiano sin que sepan que tú estás detrás?

—Yo no tengo que hacer eso. El abogado Retureta tiene buenas relaciones con varios periodistas y sabrá quién le conviene más. En todo caso, es predecible. Podría apostar que va a buscar a Julio Sánchez Cristo.

Santos se puso de pie. Pensó durante algunos segundos mientras caminaba en vaivén.

—Siento que no me estás pidiendo permiso. Esto es más bien una notificación. ¿Para qué me cuentas entonces? Mejor si no supiera de todo esto, ¿no?

—Te lo cuento porque a la declaración del Tuso hay que darle un empujón. Mejor dicho, hay que encender la chispa para que luego él explote la carga. Tú deberías salir primero e insinuar que Uribe extraditó a los paramilitares para evitar que contaran muchas verdades. Después sale el Tuso a decir que eso es cierto y asusta a los militares.

—¿Y no sería mejor que el Tuso hable antes?

—¿Cómo se te ocurre? Si lo hacemos en ese orden, vas a aparecer como el presidente que valida el testimonio de un narcotraficante.

—No sé… Tengo que pensar en cómo tocar el tema sin que suene salido de la nada… Es que si hablo primero, van a interpretar que le estaba haciendo antesala al Tuso.

Vargas Lleras, que había permanecido en silencio, fascinado por esa malicia de la Candidata que le empezaba a resultar seductora, intervino al fin para apoyar a la mujer.

—Se me ocurre una cosa, presidente, para que no parezca forzado. Usted ha dicho que el proceso de paz con las Farc tiene como prioridad los derechos de las víctimas a la verdad, a la justicia y a la reparación. Se supone que sin eso no habrá acuerdo con las Farc y sirve de garantía para que no haya impunidad. ¿Cierto? Ahí podríamos conectar una cosa con la otra y argumentar que no pasará lo mismo que ocurrió con las autodefensas, que se desmovilizaron sin reparar a nadie y cuyos cabecillas fueron extraditados justo cuando empezaban a contar la verdad.

Santos meditó antes de responder.

—Me suena…, pero tenemos que elaborar mejor esa argumentación.

—No tienes que usarla en el debate de hoy —dijo la Candidata—. La entrevista con el Tuso requiere preparación y acordar unas reglas de juego. Seguramente están pensando hacerla la otra semana. Puedo decirle a mi contacto en Washington que presione para que se haga el martes, justo después del debate en «El Tiempo». Esa sería una buena oportunidad para tocar el tema.

—Ok —dijo el presidente—. Déjenme y le echo cabeza.

—Una cosa más, Juan Manuel.

—Jum… como si esto no fuera suficiente.

—Tengo información de que la Corte Suprema, en menos de una semana, va a confirmar la condena contra el general Uscátegui (leer contexto de la condena al general por la masacre de Mapiripán).

—Ese misma información tengo yo —confirmó el presidente—. Es gravísimo y es una injusticia completa. Yo mismo, cuando era Ministro de Defensa, expedí una certificación diciendo que Uscáteguí no tenía mando sobre el batallón que colaboró con los paramilitares en esa masacre (lea noticia sobre dicha certificación).

—Sí, es una injusticia pero también es una oportunidad. Es perfecto para ejemplificarles a los militares que, si se firma la paz y entramos en un periodo de justicia transicional, oficiales como Uscátegui van a tener beneficios penales (escuchar audio en el minuto 27:48, con la reacción de Santos a la noticia del general Uscátegui).

Santos se quedó viéndola como si la acabara de conocer. No entendía por qué esa mujer, que recién había reaparecido tras una década de ausencia, demostraba más interés que cualquiera en que él ganara las elecciones.

—«Son los militares, estúpido»… ¿cierto, Candidata?

***

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