Capítulo 2: El reencuentro

Primera temporada

Tomada de abc.es

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Lunes 28 de octubre de 2013

En la agenda oficial del presidente Juan Manuel Santos la primera cita del día aparentaba ser una reunión con la “Junta Directiva Mundial” del Scotiabank. Sin embargo, existía un compromiso previo que no figuraba en la información pública de la página de la Presidencia, entre otras razones porque no se trataba de un acto propio del gobierno. A las 8 en punto de la mañana, la Candidata Presidencial ya estaba sentada en una sala de espera del tercer piso de la Casa de Nariño, justo al lado del modesto escritorio destinado para el “Edecán de Servicio”, a escasos 10 metros del despacho del Jefe de Estado. Había llegado a las 7:40 de la mañana a las puertas de la carrera 8 con calle 7. Aunque en conversación telefónica con Cristina Plazas (la Secretaria Privada de Santos) insistió en entrar por la puerta de visitantes, terminó aceptando a regañadientes su ingreso por el acceso vehicular, teniendo que tragarse el sapo de repetir el mismo recorrido que años antes hizo el paramilitar “Job” por el sótano de Palacio.

—¡Hola, mi corazón! ¡Qué rico verte! ¡Estás divina! —exclamó de manera desproporcionada Cristina Plazas, tomando a la Candidata de las manos y jalándolas hacia arriba para observar mejor su pinta y hacer una pantomima de exagerada admiración por el sastre negro, marca Carolina Herrera, que vestía la visitante.

La Candidata sonrió despectivamente, mirando a Cristina con algo de antipatía. Su actitud distante pretendía enviar un mensaje: “Yo no me creo ese tono zalamero que usas selectivamente hacia personas con alguna clase de influencia”.

—Cristina, ¿cómo estás? —respondió cortante.

En esas apareció María Isabel Nieto, una recién llegada al Gobierno que ya empezaba a preguntarse en su intimidad si había cometido un terrible error al abandonar el cargo que tenía en Bavaria (en la Vicepresidencia de Asuntos Corporativos) para aterrizar en una posición que a ella misma le costaba definir. Mientras todos los demás Consejeros Presidenciales tenían, por lo menos en el papel, un horizonte definido (Alto Consejero Presidencial para las Regiones o Alto Consejero Presidencial para la Paz, por ejemplo), el título de María Isabel era, a secas, Alta Consejera Presidencial. El saludo entre ella y la Candidata fue genuino, no solo de aprecio sino de respeto y admiración.

—Tenemos que hablar —dijo la Candidata—. Leí la entrevista que te hizo Colprensa (ver entrevista) y me deja muchas inquietudes sobre lo que debes estar pensando. Te lo digo de corazón: me ha bastado ver tus formas y tus maneras, desde el mismo gobierno de Uribe, para saber que eres una profesional seria y excepcional.

—El “Pre” ya te está esperando —interrumpió Cristina sonriendo con desagrado, sintiendo como una cortada en la cara tremenda amabilidad y cercanía con María Isabel.

La Candidata se despidió de la Alta Consejera con un efusivo abrazo y, guiada por Cristina, caminó hacia el despacho presidencial. El Presidente, alertado por el sonido seco de los tacones, salió a su encuentro para recibirla en la puerta.

—Pero cuánto tiempo sin vernos. Pensé que iba a tener que resignarme a escucharte solo por teléfono —dijo él.

La besó en la mejilla y le dio un sentido abrazo que se prolongó por el tiempo que suelen concederse en el reencuentro un par de viejos amigos.

—Juan Manuel… —contestó ella sin encontrar más palabras, mirándolo a los ojos con un dejo de nostalgia y tristeza.

—Bueno, bueno, por favor, sigue. Tenemos mucho de qué hablar.

El Presidente se hizo a un lado para darle paso a la Candidata y le indicó a Cristina, con una muda señal, que no necesitaba de su presencia en la reunión (cosa que terminó de amargarle el día a la Secretaria Privada).

—¿Cómo estás?, obviando por supuesto que estás bellísima, mejor que nunca —inició él la conversación.

La Candidata detestaba la coquetería de aquel hombre, sobre todo porque sus piropos le recordaban cómo se había dejado encantar por él hace 30 años, cuando lo conoció en El Tiempo, en momentos en que Santos ocupaba la Subdirección del periódico de su familia y ella empezaba a hacer carrera como relacionista pública de la misma Casa Editorial.

—Empezando campaña. Supongo que te habrán contado que voy a inscribir mi candidatura. Voy a entregar las firmas a la Registraduría en dos semanas. Pensé que iba a ser más difícil. Imagínate el desafío que es volver a la política luego de estar desaparecida por 10 años. Pero, para sorpresa mía, me he encontrado con que la gente me recuerda.

—¿Cuántas firmas necesitas?

—La Registraduría exige que sean válidas 390.000 y piquito. Nosotros nos propusimos entregar mínimo 800.000, porque sabes que siempre descartan un montón, casi la mitad de lo que se entrega. Eso es matemático. Ya vamos en 700.000, de manera que no creo que haya problema.

Santos la observó con intriga.

—¿Cuándo me vas a contar por qué te perdiste del mapa? Te he buscado muchas veces en todos estos años y apenas apareciste por teléfono hace unos meses.

La Candidata se sintió tentada a contarle, pero tenía perfectamente claro que aún no era el momento.

—Te garantizo que lo sabrás. Salgamos de estas elecciones por ahora.

—¿Me vas a contar al menos a qué estás jugando? Se supone que quieres que yo sea reelegido, y para eso trabajaste en dañar al uribismo, pero te vas a inscribir como candidata. ¿Qué sentido tiene todo eso?

—Tiene todo el sentido del mundo, Juan Manuel. Yo sé que no voy a ganar. Todos los demás candidatos saben en el fondo que no van a ganar. Esto es una carrera para alcanzar mayor reconocimiento y competimos pensando en cómo ese reconocimiento nos puede servir a futuro. Estamos, simplemente, escalando peldaños. La política es el eterno juego de ascender o caer, de ganar poder o perder influencia. En eso estamos todos, incluyéndote a ti. Lo que estoy haciendo yo, como los demás aspirantes, es subirme a la vitrina de una elección presidencial para que me vean, para que me reconozcan, para ascender, para ganar influencia. Ya veremos luego de qué sirve, pero te aseguro que servirá.

—¿Y para qué me ayudas a mí?

—No te hagas, Juan Manuel. Nunca nos hemos hablado con tibieza y no vamos a empezar ahora. Te ayudo porque a cualquiera le vienen bien los afectos de quien será Presidente por otros cuatro años. Así de simple.

Santos sonrió. La pareció refrescante su franqueza y frialdad. Acostumbrado a un mundo lleno de hipocresías y de personas que se acercaban a él con rodeos (ocultando sus verdaderos intereses), casi llegó a apreciar la desfachatez de la Candidata.

—Yo sé que me prometiste descabezar a Pacho en la convención uribista, pero dime la verdad: ¿qué tanto es eso obra tuya? —preguntó el Presidente.

—Todo.

—¿Todo?

—Te lo voy a resumir de esta manera. Fui muy persuasiva con Fabio Echeverry, diciéndole que Uribe no podía arriesgarse a confiar en otro Santos. También podría decirse que influí en la conformación de ese Comité Político “de lujo”, encabezado por Fabio Valencia. Envenenar a Pacho fue más fácil. Ese pobre hombre no confía hoy ni en su propia sombra. Ayer, por recomendación mía, Pacho inició ese cuento de “un mes de silencio”. Cuando vuelva a hablar, él y sus seguidores van a despotricar de Óscar Iván. Quedaron irremediablemente divididos y así van a llegar a las elecciones.

—Me perdonarás por lo que voy a decir, pero hoy sigue sin quedarme claro por qué necesitaba yo a Pacho por fuera de la competencia.

—No me vengas ahora con que no necesitabas algo de lo que ya te convencí. Si no me hubieras comprado la idea, no me habría metido yo en semejante gallinero. Te repito lo que te dije hace algunos meses: una pelea entre dos candidatos que son primos hermanos hubiera sido un bocado de cardenal para este país que goza con los dramas. No hay que subestimar a Pacho ni por su ceceo ni por su imprudencia: él sabe ser mediático y pudo haber sido el gallo de pelea para cuestionar tu negociación con las Farc.

La Candidata percibió la incredulidad de Santos y alcanzó a enfadarse.

—Podemos parar aquí mismo, Juan Manuel. Si mis oficios te resultan tan innecesarios, es bueno saberlo desde ya. La verdad es que, a estas alturas, tienes la elección asegurada, pero se me ocurre que mi ayuda puede seguir siendo útil, sobre todo para que no hagas el oso.

—¿A qué te refieres con “hacer el oso”? —preguntó Santos extrañado.

—Imagínate: un Presidente que se jacta de ser tan bueno gobernando, pero que no puede ganar en primera vuelta. Eso va a ser inmanejable para tu gobernabilidad. Los congresistas y los otros candidatos te van a comer vivo para la segunda vuelta, pidiendo el oro y el moro a cambio de su apoyo. Vas a quedar endeudado. Hoy la pregunta no es si ganas, sino cómo ganas. Y tampoco hay que confiarse. Créelo o no, Peñalosa podría pescar en el río revuelto de los uribistas. Piénsalo: por mucho que le critiquen su bailada con Álvaro Uribe, él fue un exitoso alcalde de Bogotá y hoy tiene chance de perfilarse como un candidato del mismo centro del que tu dices ser. Por un lado, acaba de hacer una alianza con la izquierda de Petro, y eso no se puede subestimar; y en el otro extremo, puedes dar por descontado que el Centro Democrático se sentirá más afín con él y no contigo, lo mismo que el Polo. Peñalosa es el desquite perfecto de todos aquellos que preferirían no votar por ti.

—¿Quieres decir que Peñalosa podría disputarme la Presidencia? Por favor…

—No me estás escuchando. Lo que te estoy diciendo es que tu prioridad debería ser ganar en primera vuelta y para eso hay que anular a cualquiera que medio asome la cabeza.

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