Capítulo 16: J. J. Rendón y la tercería de la derecha

Segunda temporada

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Miércoles 3 de noviembre de 2021

Nicolás Ulloa orinó gozoso en el baño de visitas de J. J. Rendón. Lo hizo con la actitud morbosa de quien conoce por primera vez la casa de un multimillonario excéntrico, fijándose en cada detalle y juzgando cada bobería, como el papel higiénico negro y el mecanismo eléctrico para subir y bajar el asiento del retrete sin tener que tocarlo con las manos. Mientras relajaba sus esfínteres, el asesor de la Candidata se quedó viendo una caricatura colgada en la pared, justo encima del inodoro y en frente de él. Es un dibujo que hizo Vladdo, en 2011, en el que ilustra un frasco con la cara y el nombre de J. J. sobre un aviso que dice en mayúsculas sostenidas «ABRIR EN CASO DE EMERGENCIA». Se titula «El señor de los remedios» y es un reconocimiento a la efectividad del estratega político en la campaña presidencial que ganó Juan Manuel Santos en 2010. La caricatura fue vendida por el mismo autor y prueba de ello es que está membreteada con su seudónimo en la esquina inferior derecha (ver el detalle en la primera foto del siguiente tuit).

El asesor de la Candidata salió del baño sin lavarse las manos, no por descuido sino por resentimiento. Iba descalzo. Le habían pedido dejar sus zapatos a la entrada. Allí mismo dio otro vistazo a la escultura de bronce bañada en oro, más alta que él, que daba la bienvenida a aquel apartamento. Era una representación de Kwan Yin, un símbolo budista de la misericordia en el hogar de un consultor con fama de despiadado (ver segunda foto del tuit anterior). Continuó su recorrido de turista mirando con desdén las catanas que encontraba a su paso y que no se podían tocar porque, decía J. J., el sudor de los dedos estropeaba las hojas de los sables y así perdían su valor. Con la misma seriedad que afirmaba esas cosas, el caraqueño explicaba que el «whisky» lo tomaba en las rocas, pero en rocas de verdad, ¿eh?, en piedras de granito o esteatita que, para deleite de los puristas, remplazan el hielo y así evitan que el agua se diluya en el licor.

La vista desde aquel apartamento, en el piso veintitantos sobre la bahía de Biscayne, en Miami, daba la sensación de estar flotando en el mar Caribe. Un magnífico panorama que, sin embargo, no fue lo que más llamó la atención de Nicolás. Él enfocó su morbo y sus sentidos en la cuasilegendaria sala japonesa del consultor venezolano, de sillas sin patas y una mesa elevada a solo unos pocos centímetros del suelo. Se acercó y probó varias maneras de sentarse —con las piernas en posición de loto, sobre las pantorrillas, con los pies estirados—, pero no encontró acomodo. Allí estaba también una armadura samurái. Tuvo el impulso de tomarse una foto junto a ella, pero desistió porque se imaginó que lo estaban vigilando con alguna cámara escondida. Le escribió un chat a Lorena:

—Estoy esperando a que me atienda el «Nío» barrigón. Tiene acá un traje japonés, como el de César Gaviria».

El «Nío barrigón» era una referencia al protagonista de «Matrix», Neo, «el elegido» que se vestía siempre de negro, como J. J., y que lucía un cuerpo notoriamente delgado, a diferencia de J. J. «Hay tres cosas que tú no puedes ocultar en la vida… —admitía el consultor como si se tratara de un diálogo de película—. La barriga, la tos y la plata». No obstante, en su caso, la panza estaba bien disimulada debajo de sus ropajes. Lo que en realidad lo delataba era la papada, como evidencia de su sedentarismo y como sugerencia de sus vacíos emocionales.

Nicolás recordó algo que le había dicho la Candidata: que allí había una puerta oculta en una de las paredes y que a través de ella se accedía al estudio de J. J. Empezó a mirar los muros alrededor, como quien busca un perdido entre la multitud. Se aproximó a una pared de lajas de piedra amarilla que tenía empotrado un espejo grande. Se paró en frente y se quedó viendo una línea que dividía el espejo por la mitad, de arriba abajo. Aguzó los ojos. Parecía que intentaba ver al otro lado del muro. Dio un paso adelante y, como hipnotizado, levantó su mano derecha para tocar el vidrio con el índice. Estaba a punto de hacerlo cuando, de repente, la mitad del espejo se movió hacia adentro. El asesor de la Candidata se echó para atrás. Casi cae al suelo. Al otro lado emergió de la nada J. J. Rendón.

—Epa… ¿Te asusté? —preguntó el consultor.

Nicolás no tuvo tiempo de mentir.

—Sí… —dijo con risa nerviosa—. Qué pena con usted… Mi jefa me había dicho que aquí había una puerta oculta… Tenía curiosidad…

El estratega político ojeó la estructura.

—No es una puerta oculta… Yo diría que es una puerta… discreta. ¿Cómo estás?…

—Bien… Bien… —respondió Nicolás con la incomodidad de haber sido descubierto como un fisgón. 

El venezolano lo invitó a seguir a lo que aparentaba ser un cuarto de seguridad, pero que en realidad era un estudio. Se sentía algo oscuro, porque la persiana estaba desplegada para proteger del sol que pegaba duro en las mañanas, y el aire se percibía turbio por el humo de los cigarrillos electrónicos. El colombiano amagó con cerrar la puerta y comprobó que desde adentro no se podía ver hacia afuera, es decir, que allí no estaba instalado uno de esos espejos unilaterales que se han hecho famosos en escenas de interrogatorios policiales.

—No te estaba viendo, si eso te preocupa —dijo Rendón, adivinando la intención de Nicolás—. Deja abierto.

Se sentó en la silla de su escritorio e invitó a Nicolás a sentarse en una de las de enfrente. El estratega hizo tres preguntas al inicio de la conversación: «¿Ya te ofrecieron algo?», «¿Cómo va todo?» y «¿Cómo va tu candidata?». Nicolás respondió brevemente. Apenas compartió algunas generalidades sobre la campaña y mintió cuando planteó el interés de contratarlo.

—Bueno, lo primero que tienes que saber es que yo no hago precampaña —dejó claro J. J.—. Yo no hago primarias y te voy a explicar por qué… Porque si son muchos precandidatos, como en Colombia… que van en 40, 50, 60… por ahí va la vaina, ¿no?… Bueno, pues si te metes en una precampaña y ganas en tu grupo, porque yo trabajo para ganar, pues… pueden quedar unas heridas que después son muy difíciles de sanar. Y si quieres hacer coalición con el que perdió, pues ese que perdió no quiere que tú sigas siendo el estratega general, entonces tú sales de ahí. Por eso, al menos para mí, meterme en una precampaña es un error. Yo aquí recibo a todo el mundo, los atiendo a cuerpo de rey… Y han venido de casi todos los sectores. Te sorprenderías todos los que han venido y se han sentado aquí, como tú […]

Quien lo visitaba en su casa debía prepararse para escuchar mucho e intervenir lo estrictamente necesario. El «gurú» era él. Al que buscaban era a él. No concedía citas para conocer las ideas pendejas de asesores o familiares de candidatos que no habían librado tantas campañas políticas como él. Cuando se trabaja con J. J. las historias que importan son las que él cuenta; la experiencia que vale es la que él ha vivido. Y Nicolás había ido a eso, a escucharlo, a saber qué estaba pensando, a averiguar si ya estaba tramando algo en contra de Gustavo Petro. De antemano sabía que andaba ambientando una idea concreta: que Colombia se jugaba el mismo destino que se jugó Venezuela en 1998, cuando Hugo Chávez asumió la Presidencia.

(Escuche aquí el tren de pensamiento de J.J. Rendón sobre este tema).

Ese argumento, calcado, lo había empleado tres años atrás, pero en México, en contra de Andrés Manuel López Obrador, quien finalmente ganó las elecciones.

—… por eso es que, a todo el que ha venido, se lo he dejado muy claro —prosiguió el venezolano—: «Simplemente viniste a tomar un café; no tenemos ningún acuerdo; no trabajo para ti; bájate de esa nube porque tú no eres candidato aún. Cuando ganes tus primarias, hablamos».

—Le voy a ser muy honesto —replicó Nicolás—. A mi jefa, sobre todo, le importa que no gane Petro y eso es algo que, por lo que he visto, a usted también le interesa. Entiendo perfectamente que este no es el momento para llevar sus servicios a alguna campaña, pero quiero que sepa que nosotros estamos en lo mismo que usted. Queremos ayudar a que Petro no gane y si hay algo que podamos hacer, háganoslo saber.

—Ustedes, los de la «coalición de la esperanza», lo que tienen que hacer es escoger candidato —regañó el estratega—. Están tarde y el voto se endurece a medida que se acerca la elección… se reducen las posibilidades de que la gente cambie de opinión. Ahora…, también es cierto que en un ambiente polarizado, como el que hay ahora, las tercerías son las que capitalizan la situación, pero eso tendría que estar pasando desde hace un año. ¿Me explico? Las tercerías ganadoras se construyen. No se hacen por casualidad. No nacen por generación espontánea. Por eso es que, a estas alturas, la tienen muy complicada. Y se están equivocando todos, los del centro y los de la derecha, en una cosa: están confundiendo estudios de opinión pública con estudios sobre el electorado.

—¿Las encuestas?… ¿Cuáles?

—Todas… Coño. Están mal hechas. Todas. En las preguntas de intención de voto están incluyendo a los que no van a votar. Eso es como preguntarle a alguien que no come carne, si mañana comería lomo o morcilla. La gente te va a responder, porque la gente opina hasta de lo que no sabe, pero a la hora de la verdad esa persona no va a ir a la carnicería a comprar nada, porque no come carne.

—O sea… Eso quiere decir que, por ejemplo, Petro podría no llevar tanta ventaja.

—Ojo. Yo no he dicho eso —dejó claro Rendón, haciendo una pausa que le agregó dramatismo a lo siguiente que diría—. Mira… Hay una cosa que se llama «voto vergonzante». Es cuando alguien está decidido a votar por un candidato, pero no lo admite. ¿Me explico? No lo reconoce porque ese candidato no es «cool» o porque no está bien visto votar por él. Te lo voy a explicar con un ejemplo. Yo cuando doy clases les digo a mis estudiantes: «Levanten la mano los que se pajean». Adivina qué. Nadie la levanta. ¿Eso significa que nadie se masturba? No. Eso es un voto vergonzante.

Nicolás miró a J. J. fascinado.

—O sea… ¿Usted cree que Petro puede tener todavía mejores números?

El consultor se sintió tentado a responder con un absoluto «sí», sin vacilaciones, pero se contuvo:

—Es posible… Por eso hay que hacer bien los estudios. Para tener información útil. Entonces… en vez de solo preguntar si te pajeas o no, tú dices: «¿Usted cree que gente de su edad se masturba?»; «¿Usted está de acuerdo que personas como usted se metan al baño y hagan la joda esa?». En fin… Lo mismo con los candidatos.

Nicolás habló con el deseo:

—Si eso llegara a ser así…, si los de centro estamos tarde, si el voto está endurecido y si Petro tiene un subregistro en la intención de voto, la cosa está de pa’ arriba, ¿no?

—Meh… —soltó Rendón encogiendo un poco los hombros—. Está difícil, pero se puede. O sea… Las campañas se hacen para que la gente cambie de opinión. Y si la gente se organiza bien… se puede hacer mucho todavía… ¿Viste a este grupo de la «coalición de la experiencia»?… Bueno… Ahí está… Ahí estamos…

El asesor de la Candidata lo miró con suspicacia.

—¿Usted los está asesorando?

Rendón contestó con una sonrisa de par en par.

—Párales bolas. Ellos tienen voto de opinión, tienen maquinaria y, si son capaces de ponerse de acuerdo, ahí está la tercería. Lo que pasa es que no va a ser una tercería de izquierda, como quieren ustedes. Va a ser una tercería de derecha… como quiere Uribe.

***

Martes 23 de noviembre de 2021

La Candidata escribió exactamente el mismo mensaje, y por separado, a Sergio Fajardo, Alejandro Gaviria y Juan Fernando Cristo: «Me preocupa un asunto del cónclave. Llámame cuando puedas». Casi al instante, lo hizo Fajardo.

—Quiubo. ¿Qué pasó?

—Hola, Sergio… Es que hay una cosa que me está incomodando demasiado…  A ver… Lo voy a decir como me salga… Yo no te imagino cargándole la maleta a Alejandro. O sea… ¡es que cómo así! Tú, que llevas un pocotón de años haciendo un trabajo serio, transparente, sin maquinarias… ¿ahora vas a resultar de botones de un aparecido que casi ni es capaz de soltar al politiquero de César Gaviria?… Yo no sé qué nos va a tocar hacer, pero la elección del candidato de centro no se la podemos dejar en bandeja a Alejandro. Tenemos que pensar en un mecanismo… digamos, un mecanismo que sea justo contigo… El candidato tienes que ser tú.

El siguiente en llamar, 2 horas y 17 minutos después, fue Alejandro Gaviria.

—Quiubo. ¿Cómo estás?

—Hola, Alejandro… Es que hay un tema que me tiene súper pensativa sobre el cónclave. Yo no sé cómo lo veas tú, pero… a ver… Es que yo no siento a Sergio en actitud de terminar cargándole la maleta a nadie y me temo que se inventen un mecanismo chimbo que lo favorezca a él y que nos deje a los demás pintados en la pared. Yo, francamente, prefiero cargarte la maleta a ti que a él… Y, entre otras cosas, me tienen mamada con tanto papismo y con esa superioridad moral que tampoco se la cree nadie. Tanto que te jodieron, porque tenías a César Gaviria detrás, y aquí tenemos ni más ni menos que a Juan Fernando Cristo, que es el politiquero que tú y yo conocemos. ¿No me dijiste el otro día que se la pasaba pidiéndote cosas en el Ministerio de Salud?

—Sí, sí… —confirmó Alejandro Gaviria—. Un asco de tipo.

A las 6:43 de la tarde apareció Cristo.

—Hola, Juan Fernando… Es que quería comentarte una cosa que me tiene súper aburrida…

—¿Qué será? ¿Qué pasó?

—Pues que te vienen haciendo una campaña de desprestigio muy injusta. Eso que salió en La Silla Vacía, diciendo que sigues siendo un político tradicional… ¡Por favor! Y lo que me preocupa es que sea fuego amigo, que el saboteo venga de la coalición del centro. Alejandro anda diciendo que tú te la pasabas pidiéndole gerencias de hospitales cuando él era ministro de Salud… Yo creo que te quieren vetar y la manera de hacer eso es decidiendo que las listas al Congreso sean cerradas. Ellos saben que si las dejan abiertas, tu grupo tiene votos de sobra para alcanzar varias curules. Así que ojo, Juan Fernando, porque si hacen esas listas a dedo, van a dejar a los tuyos por fuera.

***

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