Capítulo 2: El congresista 281

Segunda temporada

Tomada de W Radio.

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Miércoles 10 de febrero de 2021

Juan Alberto Londoño colgó con La FM, entre derrotado y fastidiado por la entrevista que le acababan de hacer. «Dizque “populista”», dijo para sí el viceministro general de Hacienda. «Si hay un cargo en el que no se puede ser populista es en este» (escuche aquí, en el minuto 4:43, cuando Luis Carlos Vélez sugiere que una de las respuestas del viceministro es «populista»).


Había hecho su mejor esfuerzo para explicar las bondades de una reforma tributaria en la que solo creía el Gobierno nacional, aunque al mismo tiempo la negara. Primero, aseguraron que en realidad se trataba de una «reforma fiscal y social». Luego, la llamaron «ley de solidaridad sostenible». Adornar con palabras las malas noticias, para no llamarlas por su nombre, es un impulso humano. Las personas les dicen a sus parejas «conocí a alguien» cuando la verdad pura y dura es que se están acostando con ese alguien.

Apenas eran las 7:23 de la mañana y el viceministro ya contabilizaba la segunda derrota del día en la radio. Muy a las 6:02 de la madrugada, aún sin bañar, empezó una entrevista en Caracol que se extendió por 27 minutos. Allí, Juan Alberto también respondió pacientemente. Usó con disciplina la batería de «bullets» que tenía preparados, unos argumentos debidamente estructurados, ejemplificados y sencillos, pero a fin de cuentas inútiles (aquí se puede escuchar la entrevista completa). Los periodistas de Caracol ya habían decidido, antes de escucharlo, que era una pésima idea cualquier cosa que sonara a más impuestos. «Clavados» fue la etiqueta que la emisora empezó a mover en redes sociales sin haber comenzado la entrevista.

Recibió muchos mensajes por chat, sobre todo mentiras piadosas de amigos y subalternos: «Yo creo que salió bien»; «Es lo que había que decir». De entre todas esas palmaditas en la espalda, le llamó la atención que le escribiera una mujer que conoció durante el Gobierno de Juan Manuel Santos. Aunque no tenía guardado su número, la reconoció por la foto de perfil en WhatsApp. «Déjeme darle una mano», decía el mensaje de la Candidata. «Aquí lo que cuenta es el respaldo de los congresistas y no la opinión sesgada de los periodistas».

***

 

Martes 23 de febrero de 2021

Nicolás Ulloa se paró frente a la puerta del restaurante Padre, en el centro de Bogotá (lea aquí quién es este personaje). Miró su reloj. Eran las 12:04 del medio día. Cruzó la puerta que conducía directamente al segundo piso, a través de un corredor corto y unas escaleras de metal.

 

 
 
 
 
 
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Caminó por los diferentes ambientes del lugar, con mirada de turista, como quien busca la mesa que pueda ofrecer mejor vista. En realidad, estaba imaginando en dónde se sentarían a almorzar un par de amantes que quisieran exponerse lo menos posible y dónde se sentaría él si quisiera espiarlos.

Eligió una mesa cerca a la barra. Se camufló detrás de su computador portátil y esperó con la misma paciencia de quien quiere descubrir si su pareja «conoció a alguien». La recompensa llegó. El viceministro de Hacienda apareció. Se ubicó lejos, pero dentro de su rango de visión. Nicolás celebró su acierto pidiendo un trago de Zacapa, unos elotes a la parrilla y un ceviche clásico peruano.

El funcionario le había dicho que se tomaran un café allí a las 2 de la tarde. Sin embargo, Nicolás llegó temprano porque supuso que el viceministro Juan Alberto Londoño tenía agendado un almuerzo previo y quería averiguar con quién. Con la Candidata había aprendido que «en este “negocio” saber de más es lo mínimo que se debe saber».

En todo caso, pensó Nicolás, las reuniones de Juan Alberto Londoño tenían altas probabilidades de ser cualquier cosa menos anecdóticas. A él le hacían corte alcaldes, gobernadores, congresistas y hasta funcionarios del mismo Gobierno. Todos competían por un espacio en su agenda para hacer el respectivo besamanos. De él dependían muchas inversiones en pueblos y departamentos; un acueducto, un puente o una vía. El viceministro se colgaba en el cuello la llave que da acceso a los recursos del Estado. Gracias a ese poder se movía en Senado y Cámara como un tiburón más y hasta se mostraba los dientes, cuando hacía falta, con miembros de la bancada del propio Gobierno.

A aquel viceministro le decían sin que lo supiera «el congresista 281». No podía ver una curul mal parqueada porque se tiraba en plancha para sentarse e intervenir con aire de parlamentario (aquí un ejemplo en video que demuestra su fluido manejo del micrófono en la Cámara de Representantes). Solo unos pocos se habían atrevido a quejarse de Londoño; alguna vez, por hacer uso de la palabra cuando era privilegio exclusivo de los congresistas (vea aquí el reclamo del representante Germán Navas Talero); en otra ocasión, por asumir más vocería ante el Congreso que el propio ministro de Hacienda.


Aunque no era intocable, Londoño tenía cierto nivel de inmunidad. Si bien los políticos suelen ser combativos, también suelen evitar enemistades con el dueño de la lonchera. Eso explica por qué el viceministro se salió con la suya cuando sacó adelante la exención tributaria a las corridas de toros, a pesar de su evidente conflicto de interés por tener un hijo rejoneador (vea acá lo que se dijo al respecto en Noticias Uno). Pero de entre todas las cosas que habían pasado de agache para fortuna del funcionario, hubo una en particular que llamó la atención de Nicolás: un video en el que se sugiere que Londoño estaba alicorado, durante un debate por Zoom, en la comisión quinta de la Cámara de Representantes.


Nicolás volvió a ver aquel video. Siguió pensando que no era concluyente. No obstante, sí era muy diciente que el tema no hubiera cogido vuelo. Hasta Nicolas Sarkozy, como presidente de Francia, fue objeto de debate mundial por parecer alicorado durante una rueda de prensa en la cumbre del G-8 (vea aquí la burla que hacen de Sarkozy en un medio de comunicación de España). En Colombia, para no ir tan lejos, volvieron un escándalo nacional los insultos que profirió borracho un exalcalde de Bogotá, subiéndose a un taxi, sin estar ostentando ningún cargo público al momento de la rasca. Ahora, en tiempos de redes sociales (y de ciudadanos atentos a cualquier tropezón de las figuras públicas, para ridiculizarlas a punta de memes y frases cortas), era por lo menos extraño que no se hiciera viral la sospechosa vocalización de un viceministro durante su intervención ante miembros del Congreso de la República.

A la mesa de Londoño llegó Néstor Humberto Martínez, un abogado que había pasado por tantos cargos públicos, del máximo nivel, que a más de un político se le hacía agua la boca cuando veía su hoja de vida (léala aquí, está actualizada hasta antes de que fuera fiscal general): dos veces superintendente, dos veces ministro, una vez miembro del Banco de la República, embajador en Francia y fiscal general. Se había convertido en un hombre tan influyente que ya no necesitaba ser nombrado en esos puestos del Estado para manejar hilos de poder. Le bastaba con seguir siendo asesor legal de Luis Carlos Sarmiento, uno de los hombres más ricos del planeta.


Nicolás no esperaba semejante encuentro, pero entendió que tampoco era de extrañar. Si el Gobierno estaba diseñando una reforma tributaria, era apenas predecible que los más importantes empresarios del país empezaran a enviar mensajes a través de sus alfiles en la política.

Se emocionó cuando ellos se quitaron los tapabocas, porque sería la primera vez que pondría en práctica una habilidad de espionaje que había estado aprendiendo: la lectura de labios. No era fácil porque estaban lejos y porque, para evitar suspicacias, tampoco podía quedarse mirándolos fijamente. Además, por la posición en la que se sentó la pareja de comensales, solo era posible leer los labios de Martínez. Recogió unas pocas frases sueltas del abogado: «No se metan en esa “vacaloca” […] aumentar la carga tributaria en momentos de recesión […] Se la están poniendo en bandeja a la izquierda […] Le están haciendo la campaña a Petro». Nicolás sintió un poco de decepción. Todas esas ideas ya las había manifestado Martínez en una reciente columna (léala aquí). Básicamente, su nuevo talento de leer los labios le estaba sirviendo para descubrir el agua tibia.

Terminaron todos de almorzar. Néstor Humberto Martínez y Juan Alberto Londoño caminaron hacia la salida: «No se metan en esa “vacaloca”. Háganme caso», insistió el abogado.

Nicolás los perdió de vista y le escribió al viceministro por WhatsApp:

Vice, yo ya estoy por acá. Llegué temprano.

Era la 1:55 de la tarde. Londoño regresó un par de minutos después. Era alto; muy alto. También era feo; muy feo. Y además era inteligente; brillante. Su aspecto no era el de un viceministro de Hacienda convencional, de esos técnicos de anteojos que se esfuerzan por verse impecables, con traje a la medida, que no se quitan el blazer ni cuando están acalorados y llevan el nudo de la corbata centrado, los zapatos brillantes y el peinado de medio lado. Juan Alberto Londoño, en cambio, vivía sin saco ni corbata, con la camisa arrugada, un poco salida de los pantalones, las mangas a medio recoger y casi nunca se apuntaba los primeros dos botones, a la altura del cuello (véalo en estas fotos). 

—¿Nicolás? —adivinó Londoño a la distancia.

—Viceministro, ¿cómo le va? —saludó Nicolás Ulloa de pie, él sí, con pinta de viceministro convencional: traje a la medida, corbata centrada y peinado de medio lado.

—¿Hace cuánto llegó?

—Almorcé aquí. No lo saludé antes, porque lo vi ocupado.

—Ah…, sí —respondió Londoño sin saber qué tanto decir sobre su reunión con Martínez—. Tenía esa cita antes… Por eso le dije que nos tomáramos un café acá, de una vez.

Le hicieron señas al mesero. Nicolás pidió un tinto. El viceministro, agua.

—Entonces… usted es amigo de la Candidata.

—Somos cercanos. Sí.

—¿Y ella por qué partido va a ir o cómo se va a presentar a la Presidencia?

—Si tuviera que apostar diría que entrará a la «coalición de la esperanza»… Qué nombrecito, ¿ah?…

El viceministro hizo cara de «sí, señor, qué nombrecito». Nicolás continuó:

—Ella es una figura de centro-derecha que no les disuena a los de la coalición. Les vendría bien para que se ganen unos voticos en esa franja.

Londoño asintió fingiendo interés.

—Bueno… me dijo ella que usted tenía algo que quería mostrarme.

—No —replicó Nicolás—. No es algo que yo «quiera» mostrarle. Es algo que ella me pidió compartirle y que a usted le puede servir.

Esa precisión era importante. Londoño debía entender que el enviado de la Candidata no estaba allí para que le hicieran un favor, sino para ofrecer una ayuda que el viceministro, de verdad, encontrara útil. Nicolás prosiguió:

—Esto de sacar adelante una reforma tributaria, tan difícil de tragar como la que están pensando, no se hace persuadiendo periodistas… ni enviados de los empresarios —dijo señalando la mesa en la que Londoño se había sentado antes con Néstor Humberto—. A quienes hay que convencer de esto es a los que votan la reforma.

—Sí, pues obvio, pero eso es más difícil —controvirtió Londoño—. Ellos en lo que están pensando ahorita es en cómo reelegirse. Por eso queríamos ambientar el tema en los medios, porque si lográbamos que hubiera un entorno favorable, que la gente entendiera que esto es por el bien de todos, de pronto los congresistas se iban a animar… Yo sé que puede sonar a ingenuidad. Lo que pasa es que yo, de verdad, creo que esto es lo correcto y esto es lo que le conviene al país, por eso pensé… y sigo pensando… que la gente puede llegar a entender si uno le explica bien.

—Vice… —sonrió Nicolás con un aire de condescendencia— le voy a dar la razón: sí suena a ingenuidad. Y extraña un poco viniendo de alguien que sabe cómo funciona esto. De pronto esa convicción que usted tiene, sobre la necesidad de la reforma y lo importante que es para el país, lo hace pensar más con el deseo que con la razón.

En realidad, Nicolás pensaba que el viceministro de Hacienda, más que anhelar lo mejor para el país, quería convertirse en ministro de Hacienda. Y la mejor manera de graduarse como tal era cumpliendo una misión imposible que sacara un aplauso de sus superiores. Esa misión imposible era la aprobación de una reforma tributaria impopular, en un contexto de pandemia, a vísperas de la campaña de 2022.


—Ahora —prosiguió Nicolás—, también es cierto que ellos en lo que están pensando es en reelegirse el otro año. Por ahí es que van mis tiros, viceministro, y voy a ser muy directo en lo que vengo a decirle: qué tal si usted les quita la preocupación de reelegirse; qué tal si ellos no tuvieran que hacer campaña el otro año.


El emisario de la Candidata levantó el portafolios que descansaba en otra silla de la mesa y sacó un documento de unas cinco hojas. Escogió una y la puso al frente del viceministro Londoño.

—Mire el resaltado —indicó Nicolás.

El viceministro obedeció.

Los próximos comicios para elegir los miembros del Congreso de la República se realizarán en el año 2024 y su periodo iniciará el 20 de julio del mismo año. Hasta tanto, los actuales ejercerán sus funciones.

Después de leer el resaltado, Londoño esculcó con sus ojos el resto de la hoja.

El Presidente y Vicepresidente elegidos el 17 de junio de 2018 ejercerán sus funciones hasta el 7 de agosto de 2024, año en el cual se realizará la elección correspondiente.

También vio que en el documento se decía que alcaldes, gobernadores, concejos y asambleas gobernarían hasta agosto de 2024, es decir, siete meses más de lo previsto.

—Ese es el proyecto de unificación de periodos que ha venido moviendo este año Gilberto Toro —explicó Nicolás—. Imagínese que este proyecto pase, con un visto bueno del Gobierno… obviamente, un visto bueno que sea discreto.


—¿Y cuál es la idea? —cuestionó el viceministro, aún viendo la hoja y con ganas de ver las otras— ¿Que ellos apoyen la reforma fiscal y nosotros apoyamos esto?

—Imagínese, vice, a qué congresista, alcalde, gobernador… le va a disgustar la idea de quedarse un ratico más en donde está. Y esto de la pandemia sirve, sobre todo con los congresistas, que son los que más nos interesan. Ninguno está viendo fácil cómo va a hacer campaña el otro año, con tanta restricción, con el distanciamiento social, con las cuarentenas, con las nuevas cepas del coronavirus… Esto es un inmenso gana-gana-gana. Ganan los congresistas, porque se quedan dos añitos más sin meterse en el berenjenal de una campaña en tiempos de covid. Gana el Gobierno, y también usted, no nos digamos mentiras, porque queda usted como un héroe, sacando adelante una reforma tributaria tan difícil. Y gana el país, claro, porque se aseguran los recursos que necesitan los más vulnerables.

Ambos sabían que lo tercero sobraba en aquella conversación, pero decir lo correcto siempre ayuda a engañar la conciencia, sobre todo cuando se obra de manera incorrecta.

—Y vea… —añadió Nicolás al tiempo que le compartía al viceministro otra hoja con fragmentos resaltados—. Este proyecto también incluye propuestas que pueden resonar muy bien en los medios. Ahí dice que el salario de los congresistas va a quedar congelado por 10 años. Eso sin contar lo que se va a ahorrar el país unificando ese reguero de elecciones. Repito: un gana-gana-gana.

Como quien se ve tentado por el diablo, pero logra reaccionar en el último segundo, Londoño empujó las hojas hacia adelante.

—Me parece muy complicado. Tengo suficiente trabajo intentando defender la reforma fiscal, como para ahora tener que sacarle tiempo a esto.

—Vice, usted no tiene que defender nada. Este proyecto lo mueve Gilberto Toro, con la Federación de Municipios, pero también con la Federación de Departamentos (lea aquí la columna del director de dicha Federación). Usted lo único que tiene que hacer es sentarse con los congresistas que necesita y decirles que no se preocupen por sacar adelante la reforma tributaria. Que sí, es impopular, pero no importa, porque van a tener dos años más en el Congreso y sin hacer campaña.

—Pero yo no les puedo garantizar eso, que van a tener dos años más en el Congreso —cuestionó Londoño.

—Es que eso depende es de ellos. Lo primero que tienen que hacer, ELLOS, es firmar el proyecto de la Federación de Municipios. Ellos firman y el Gobierno apoya. ¿Qué les pedimos a cambio de ese apoyo? Que respalden la reforma tributaria. Y como incentivo adicional, pero eso ya es cosa suya, vice… usted les puede dar un cariñito, para las obras en sus regiones. Lo normal, pero que sea una demostración de que el Gobierno está hablando en serio. Eso sí, hágame un favor: cada vez que un congresista se vaya subiendo al bus, usted me pasa el dato de quién es, para buscarlo y que firme el proyecto de ampliación de periodos. De eso se encarga Toro.

Londoño se quedó pensando, hasta que finalmente compartió una inquietud:

—Lo que pasa es que yo no soy «el» Gobierno. Yo soy UN funcionario del Gobierno y pare de contar. O sea, para que uno pueda decir que esto lo apoya el Gobierno, así sea en privado, tiene que haber un visto bueno desde la misma Presidencia.

—Pues… vice… de pronto le estoy contando más de lo que debo, pero, para tranquilidad suya, este Gobierno sí apoya la ampliación de periodos, no directamente desde la Casa de Nariño, pero sí desde la casa de al lado.

—¿Cuál casa de al lado?

—Pues dígame usted, vice: ¿cuál es la casa de al lado? O mejor: ¿quién vive en la casa de al lado?

***

 

Londoño no se comprometió a nada, pero la idea le quedó sonando mucho. Esa misma tarde, desde su despacho, hizo una llamada como por ensayar. Terminó siendo la primera de muchas conversaciones iguales.

—Representante Salazar, ¿cómo le va? […] Ah, ¿está en Bogotá? ¿Y eso? […] ¿Reunión presencial del Partido de la U? ¿Cuándo? […] ¿Mañana? […] Hombre, qué bueno. ¿Y le queda fácil pasarse por mi oficina? […] Pues, representante, para que hablemos de esas inversiones de las que me estuvo hablando hace unos días.

El viceministro miró los apuntes que hizo su secretaria privada, sobre la reunión que sostuvieron dos semanas atrás, y prosiguió:

—Usted me habló de la necesidad de priorizar unos recursos para el Cesar… para Chiriguaná, El Paso, Becerril… Mejor dicho: venga y hablamos del tema. De pronto le pido que me mande a otros de sus copartidarios, ya que están todos reunidos, para ayudarles también ¿Qué dice? ¿Viene o no? (en esta noticia se puede constatar quiénes firmaron el proyecto de extensión de periodos y que más de la cuarta parte de ellos son del Partido de la U).

***

 

Martes 2 de marzo de 2021

La vicepresidenta de la república, Marta Lucía Ramírez, se despidió uno por uno de los invitados a la reunión con Asobares. Acordaron una serie de «medidas para el consumo responsable de licor» (lea aquí la «noticia»). Era otro intento de aquella mujer por aparecer en los medios como una funcionaria diligente, a ver si al fin le daba vuelta a ese destino tan perseguido y esquivo: convertirse en la primera presidenta en la historia de Colombia.


Allí también estaba Gilberto Toro, presidente ejecutivo de la Federación Colombiana de Municipios. No se le veía intención de abandonar el lugar.

—¿Vamos, doctor Gilberto? —le preguntó alguno de los asistentes.

—La vice quiere hablar algo conmigo. Yo salgo más tarde —respondió con su ligero dejo antioqueño.

Ramírez condujo a Gilberto Toro hasta su oficina. Allí estaba la Candidata, sentada frente al escritorio de la vicepresidenta.

—¡Mi señora! —exclamó Toro—. Al fin nos vemos las caras, así sea con tapabocas.

—Hola, Gilberto. ¿Cómo le va? Veo que se está dejando las canas. Bien por usted.

Toro se repasó la mano por el pelo.

—Sí, sí. Me cansé de estar tinturándome cada 15 días. Eso es una esclavitud.

—¿Hace mucho no se veían? —intervino la vicepresidenta mientras ocupaba la silla de su escritorio.

—Nos hemos cruzado muchos mensajes —afirmó la Candidata—, pero no nos habíamos visto.

—Bueno —dijo la vicepresidenta, haciéndole una seña a Toro para que ocupara la silla junto a la Candidata—, de pronto yo, sobre todo, quiero escucharlos, aunque no es mucho lo que yo tenga para decir…

Marta Lucía hablaba mucho, hasta cuando tenía poco para decir. Y cuando de verdad hablaba poco, igual parecía que contaba demasiadas cosas. Su tren de pensamiento avanzaba tan rápido, y solía estar tan bien estructurado, que era capaz de conectar y verbalizar sus ideas de manera continua. El problema es que lo hacía sin pausas, sin dejar un espacio después de cada punto. Pegaba la última palabra de una frase, con la primera palabra de la siguiente y así parecía que nunca iba a terminar:

—… no sobra advertirles que es importante que manejemos este tema con prudenciami nombre no debe aparecer por ningún lado, por obvias razonessería muy difícil explicar que la vicepresidenta está apoyando este proyectoque tampoco debería ser asíuno debería estar en su derecho, ni más faltaba, de expresar sus opinionesen el pasado yo he apoyado la unificación de periodospara no ir muy lejos, hace un año dije en Cartagena que había que racionalizar los periodos electoralesusted lo sabe, doctor Gilberto, porque usted estaba ahíde hecho fue una respuesta que di a un periodista, a propósito de la reforma que usted estaba proponiendo y que, bueno, que usted siempre ha estado proponiendocreo que hay una cantidad muy grande de costos asociados a estar todo el tiempo en eleccionesno tengo ningún interés, eso sí quiero dejarlo claro, no tengo ningún interés en que la extensión de periodos me cobije a mílo que me interesa, ojalá, es que el Estado logre mayores eficiencias y ahorro de recursos…

Aquí la Candidata perdió el hilo de la conversación. Se quedó pensando en eso de no tener «ningún interés» de extender su periodo en la Vicepresidencia y juzgó a Marta Lucía en silencio. La vicepresidenta sí tenía razones para quedarse otro buen rato en el cargo: comprar más tiempo para mejorar sus números en las encuestas y aumentar sus posibilidades de ganar en una próxima candidatura presidencial.

El tiro le había salido por la culata desde el principio, como a Germán Vargas Lleras, vicepresidente del gobierno anterior. Él, a pesar de toda la pantalla que se dio en esa posición, para lanzarse luego como candidato presidencial en la elección de 2018, terminó sacando menos votos que en la campaña en la que participó en 2010. Marta Lucía pensó que con ella sería diferente. Que ser vicepresidenta le iba a servir para catapultar su imagen, para exponer su labor diaria en una vitrina gigante, para que más personas pudieran darse cuenta de lo maravillosa que era. Pero no. La realidad, que pega más duro que un golpe en la cabeza con una esquina, le demostró lo contrario. Desde que se posesionó, en agosto de 2018, su imagen favorable se había desplomado; 20 puntos en la encuesta de Invamer (véala aquí, en la página 51) y 36 puntos en la de Datexco (se puede consultar aquí). En otras palabras, subirse al podio de la Vicepresidencia solo le había servido para caerle mal a más personas. Y aún así, su lógica le decía que podía recomponer su imagen si se mantenía un poco más en el cargo; como quien va al casino y, después de perder durante un par de horas, cree que podrá revertir su mala suerte en los siguientes minutos, cuando lo más probable es que termine perdiéndolo todo.

La Candidata no supo de qué estaba hablando la vicepresidenta cuando al fin acabó su prólogo, que más bien pareció un largo capítulo uno. Afortunadamente, Gilberto Toro sí había estado prestando atención hasta el final, aunque con mucho esfuerzo.

—Pues el viceministro Londoño ha estado muy diligente, haciendo la tarea —dijo Toro—. Él nos ha estado diciendo con qué congresistas ya ha hablado y nosotros, de una, nos hemos puesto en contacto con ellos para recogerles las firmas. Lo que espera el viceministro es que esos mismos congresistas apoyen después la reforma tributaria, viendo el apoyo del Gobierno a la extensión de sus periodos, ¿cierto? Y obviamente el viceministro también les está haciendo a esos congresistas, digamos, una «atención», con recursos que necesitan para proyectos en las regiones. Esta misma mañana, para que vean cómo se sigue moviendo la cosa, mientras nosotros estábamos en la reunión de Asobares, el viceministro estaba hablando con una representante de Vaupés… la doctora… la doctora Mónica Valencia. Y ya nos confirmaron que pasáramos por la oficina de ella para recogerle la firma (en este documento se puede constatar, en la primera página, que ella fue una de las firmantes del proyecto de unificación de periodos). Yo creo que vamos muy bien. Lo único es que quiero esperar un poquito más, a ver qué otras firmas recogemos, y en una o dos semanas radicamos el proyecto.

—Pues muy bien —dijo Marta Lucía—. Yo también creo que eso está caminando. 

—Yo, en cambio… creo que a ese proyecto hay que meterle más carne —cuestionó la Candidata.

—¿Cómo más carne? —preguntó Toro.

—Sí. Este es, prácticamente, el mismo proyecto que han presentado en años anteriores y con el que nunca pasa nada. Con todo y que beneficia a los congresistas, a los alcaldes, a los gobernadores… como que le falta algo para que de verdad coja fuerza. Estaba pensando: ¿no será que hay que hacer de esto una propuesta más ambiciosa?; ¿no será que hay que hacer de esta una propuesta todavía más atractiva?; ¿cómo hacemos para que haya un consenso, no solo entre los partidos, sino, ojalá, entre todos los poderes del Estado?… Y entonces me acordé de lo que dijo Gilberto: que esta reforma no solo busca ahorrar recursos, unificando tantas elecciones que están por ahí regadas. El espíritu de esta reforma también apunta a que los dirigentes tengan más tiempo para consolidar sus planes de desarrollo, ¿cierto?

—Así es —respondió Toro.

—Pues por qué no aprovechar para que otras altas dignidades del Estado hagan lo mismo y tengan más tiempo para consolidar sus planes, para que dejen huella, para darles estabilidad a tantas instituciones a las que les sirve un poco más de continuidad de sus líderes.

—¿De quiénes estamos hablando? —indagó Toro.

—De todos —respondió la Candidata sin vacilar—: fiscal, procuradora, contralor, registrador, auditor, defensor del pueblo… pero también los magistrados de las altas cortes y hasta del Consejo Nacional Electoral. TODOS.

—Perdóname —intervino la vicepresidenta—, pero y eso cómo va a servir para aumentar las probabilidades de que la reforma pase.  

  —Estamos en confianza, ¿verdad?

Toro y Ramírez asintieron con cara de «sí, claro, pero por supuesto». La Candidata continuó:

—Los organismos de control están en manos de las bancadas gobiernistas, ¿cierto? ¿No creen que les va a parecer un incentivo adicional que sus fichas sigan ahí por otro tiempo? ¿Qué mayoría se va a quejar de prorrogar el periodo de su fiscal o de su procuradora? Y pensando en los controles a esta reforma más adelante… ¿qué magistrado se va a negar a sí mismo la posibilidad de mantener su silla por uno o dos años más? Lo que propongo, sin insistir tampoco mucho en la idea, porque eso al final lo decidirá usted, Gilberto… lo que propongo es que esta vez le metamos toda la ficha a la reforma, que ahora sí se haga realidad. Y para eso no sobra que ampliemos el alcance del proyecto, que incentive a la mayor cantidad de actores.

A Toro le habría parecido una idea descabellada si la hubiera escuchado de otra persona, en otro contexto. Habría dicho: «Me parece que se sale del foco de lo que queremos». O, en más confianza, se habría confesado: «Yo sí hago ruido con esto cada rato, pero para tener contentos a los alcaldes y que crean que se les puede alargar el chico, pero tampoco me voy a quemar las pestañas haciéndole la tarea a todo el mundo». Sin embargo, como estaba escuchando esto en la mismísima Vicepresidencia de la República, con la mismísima vicepresidenta guardando silencio al frente suyo (y que Marta Lucía guardara silencio ya era mucho que decir), Toro simplemente se dejó llevar por la que sería la peor torpeza política de su vida.

—Pues a mí me suena la idea —dijo.

***

 

Miércoles 10 de marzo de 2021

Pasadas las 8:40 de la mañana, el senador Luis Fernando Velasco hablaba en Blu Radio. Denunciaba las llamadas que habían recibido varios colegas, por parte de «funcionarios de altísimo nivel del Gobierno», para que apoyaran el proyecto que buscaba extender los periodos de congresistas, alcaldes y gobernadores, además del periodo del Presidente de la República (escuche aquí la entrevista). 

—¿Y quién está llamando, senador Velasco? —preguntó Ricardo Ospina, el periodista de Blu Radio.

—Altos funcionarios del Gobierno nacional —insistió pausadamente el entrevistado.

—¿Ministros? —contrapreguntó Ospina.

—O sea… —interrumpió el periodista Néstor Morales, antes de dar tiempo a la respuesta del senador— usted hace una denuncia sin nombres…

El teléfono de Nicolás vibró. Era la Candidata.

—¿Estás oyendo la entrevista? —preguntó ella.

—Sí. Velasco no se atreve a decir quién es el que ha estado llamando —apuntó él.

—No importa. Mucho mejor que diga simplemente que son «altos funcionarios del Gobierno». Ahí le cabe el agua sucia a todo el mundo, empezando por el Presidente.

—¿Y ahora?

—El siguiente paso es filtrar el proyecto. Justo estaba leyendo el borrador que envió Toro. Es perfecto para alborotar a la gente. Más de uno va a salir petrista después de esto.


—Los que más tripa le han metido a este tema son los de La W —anotó Nicolás—. ¿Oíste la entrevista que le hicieron al de la Federación de Departamentos? Alberto Casas se iba despelucando (escúchelo aquí, a partir del minuto 7:48).

—Se iba despelucando él y se iba despelucando Félix (a este último lo puede oír en el minuto 20:23).

—Sí, sí… Ahora… el que está haciéndole seguimiento al tema es Lucas Pombo. Te habrás dado cuenta que Julito le está dando mucho juego a su «ahijado». Yo creo que ese es el tigre al que hay que filtrarle esto.

—Sí, Nico, yo también creo que ese es «el tigre».

***

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