Capítulo 3: El efecto Madoff

Segunda temporada

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Domingo 4 abril de 2021

Nicolás Ulloa esperaba sentado su cita con el recluso 14023059, en la sala de visitas de la cárcel federal de mediana seguridad de Butner, en Carolina del Norte (ingrese ese número en esta página de la Oficina Federal de Prisiones de Estados Unidos, para descubrir quién es el recluso con el que Nicolás tenía cita ese 4 de abril). Allí mismo, a solo unos metros de distancia, pasaba sus últimos días de vida el autor de la mayor estafa en la historia del planeta: Bernard Madoff, quien tenía los amaneceres contados y eran tan pocos que se podían contar con los dedos de la mano. Iba a morir en la madrugada del 14 de abril.

Cuando el guardia abrió la puerta, lo primero en pasar fue un caminador ortopédico. Detrás, empujándolo, iba Gilberto Rodríguez Orejuela. Vestía el uniforme caqui de siempre y un tapabocas que parecía apretarle y que resaltaba la hinchazón de sus ojeras y párpados. Del cabello negro solo quedaba una pequeña franja, cerca a la entrada derecha de su frente.

(Vea el aspecto de Gilberto Rodríguez Orejuela en el siguiente video).

Sus movimientos frágiles coincidían con el diagnóstico de «hombre viejo, golpeado y muy enfermo». Así lo describió su abogado defensor, hace poco más de un año, cuando presentaron ante el juez una moción de «libertad por compasión», argumentando que padecía cáncer de colon, cáncer de próstata, trastorno gastrointestinal crónico, dos infartos, hipertensión crónica, disfagia crónica, ansiedad y depresión crónica, gota, hiperplasia, sinusitis crónica aguda, periodontitis aguda, psoriasis y cáncer de piel (aquí, los detalles de su condición, según la moción presentada).

Al ver sus dificultades para tomar asiento, Nicolás intentó ayudarlo, pero fue detenido por la voz marcial del guardia.

—Don’t!

Recordó al instante que, por cuenta del coronavirus, estaba estrictamente prohibido el contacto físico. Ni siquiera estaban permitidos los abrazos de despedida (aquí, el reglamento de visitas). Fue el guardia quien ayudó a sentarse al mayor de los hermanos Rodríguez Orejuela.

—Gracias por recibirme, don Gilberto —dijo Nicolás con algo de nerviosismo.

Le habían dicho que una buena forma de romper el hielo era hablándole del América de Cali.

—Y felicitaciones… No sé si sepa, pero la Mechita le ganó a Millonarios.

Rodríguez Orejuela abrió los ojos. Nicolás detectó el interés y continuó:

—Fue tremendo. Iban perdiendo uno a cero, pero en el segundo tiempo, en cinco minutos, remontaron y metieron dos goles. Una cosa de locos. Se metieron en los ocho primeros, don Gilberto. Y de ñapa, dejaron al Cali de noveno. Mejor dicho: hicieron moñona. Carlos Antonio Vélez dijo que el mejor jugador del equipo es el Milagroso de Buga.

(Escuche a continuación las palabras exactas de Carlos Antonio Vélez).

El exnarcotraficante soltó una carcajada que sonó carrasposa. Sin decirlo, agradeció el momento.

—¿Y entonces? Cuénteme lo que vino a contarme —pidió Rodríguez Orejuela.

Nicolás aclaró la voz, como aclarando sus ideas.

—Sí… Don Gilberto… Voy a ser muy directo… Lo que vengo a decirle es que, si usted y su hermano quieren regresar a Colombia, de poco o nada les sirve ofrecerse a hablar del caso de Álvaro Gómez. Eso, si acaso, es un titular de un día. Nada más.

Nicolás se acercó un poco y bajó la voz. El guardia lo miró con sospecha.

—Ese crimen ya está resuelto, don Gilberto. Las FARC admitieron que mataron a Álvaro Gómez. La Fiscalía no va a «darse la pela» de pedir la repatriación de ustedes, para que declaren sobre un caso que ya está resuelto. Como mucho, hacen una videollamada y pare de contar. Si quiere que la Fiscalía… que el Gobierno colombiano… utilicen todos los mecanismos a su alcance para traerlos de vuelta, usted tiene que ofrecer algo mucho más interesante… Cuénteme una cosa: ¿usted qué sabe de Gustavo Petro?

Rodríguez Orejuela no hizo un solo gesto, ni de rechazo, ni de validación, ni de sorpresa, ni de confusión. Ni el mejor jugador de póker del mundo habría podido siquiera intuir qué cartas escondía la mirada vidriosa de aquel anciano.

—Piénselo, don Gilberto. El fiscal… el uribismo… estarían todos más que dispuestos a montarlos en un avión, a usted o a su hermano, si tuvieran algo interesante que decir sobre Gustavo Petro.

***

Martes 6 de abril de 2021

En el estudio de su apartamento, la Candidata sostenía una llamada por Zoom con Miguel Andrés, sobrino de Gilberto e hijo de Miguel Rodríguez Orejuela. Las cosas no habían terminado de salir como ella esperaba.

—Pues es una lástima que tu tío no se haya decidido a hablar —dijo ella—. Cuando vi tu entrevista en Los Informantes de verdad pensé que todos, sin importar los errores que hayamos cometido, merecemos algo de compasión al final de nuestras vidas.

—Yo creo que tu papá, y tú… ambos merecen un poco de misericordia —continuó la Candidata—. Los dos merecen acompañarse el uno al otro en estos últimos años. ¿Por qué no intentamos convencerlo a él de que hable? ¿Por qué dependemos solo de lo que diga Gilberto?

—Eso digo yo, pero es una lucha perdida. Mi papá siempre me dice: «Mijo, lo que diga Gilberto… Lo que diga Gilberto».

—¿Y por qué no haces tú algo, Miguel? El juez no va a aceptar el recurso de libertad por compasión. Si no se lo aceptaron a Madoff, que es un enfermo terminal, mucho menos a tu tío o a tu papá. Se pudieron haber muerto allá cuando les dio coronavirus y al juez le habría dado lo mismo.

—Pues sí, pero yo qué puedo hacer. Yo no puedo declarar por ellos. Los que tienen que contar algo, si es que tienen algo qué contar, son ellos.

La Candidata se quedó pensando.

—¿Y por qué no hablas tú con Álvaro Uribe? —planteó la mujer—. Digámoslo sin ingenuidades, ¿vale?… La Fiscalía es uribista y Uribe fue el que habló de unos pagos de tu papá a Petro. Lo denunció hace menos de un año, ¿no? Tal vez solo se necesite de un empujón para que Uribe vuelva a agitar el tema ante el fiscal.

—¿Pero y qué le voy a decir yo a Uribe? A la hora de la verdad, yo no sé nada, ni de Petro, ni de Álvaro Gómez, ni de nadie.

—Pues, como mínimo, puedes contactar a Uribe y dejarle una cosa clara: que tu papá está dispuesto a hablar de Petro, pero solo si lo trasladan a Colombia. No tienes que decir más. Deja que Uribe haga el resto del trabajo. Que él mueva las fichas que tenga que mover.

—¿Y si mi papá nunca le dio plata a Petro?

—Respóndeme esto con absoluta honestidad, Miguel: a estas alturas, ¿es más importante decir la verdad o es más importante que tu papá pase sus últimos años de vida con su familia?

***

Miércoles 14 de abril de 2021

Un barullo empezó a extenderse por los corredores de la cárcel de mediana seguridad de Butner. Gilberto Rodríguez Orejuela iba por el tercer bocado de su almuerzo cuando escuchó la noticia. «Bernie ha muerto», oyó que decían en inglés y español algunos de sus compañeros.

A nadie sorprendió la noticia y a muchos les dejó un extraño vacío. Madoff, desde el día que llegó a la prisión, fue recibido por los otros reos con veneración, como un legendario «ladrón de ladrones» que robó a personas que se lo merecían, a multimillonarios avaros que seguramente se habían hecho ricos robando a otros. Gilberto, en cambio, nunca lo vio como un héroe. Tampoco, como un villano. Sí le guardaba empatía por ser un viejo desahuciado al que la familia ya no visitaba. Se veía reflejado en él. Compartían la misma edad: 82 años. Gilberto los había cumplido recientemente, en enero. A Maddof solo le faltaron 15 días para alcanzar los 83. Esa idea, ese miedo de no cumplir más años, fue el detonante que llevó a Gilberto a escribir aquel correo, estricto y meticuloso, sobre Gustavo Petro y Álvaro Uribe.

***

Lunes 26 de abril de 2021

Lorena Agudelo, la secretaria privada de la Candidata, no pudo contenerse tras escuchar el «Tik Tak» de María Isabel Rueda en el que se planteaban varias dudas alrededor de Uribe, Petro y los Rodríguez Orejuela.

—No entiendo —admitió ella—. ¿Por qué estamos saboteando a Petro si queremos que él gane?

La Candidata sonrió con gana.

—No lo estamos saboteando, Lorena. Lo estamos victimizando. Lo que queríamos era filtrar que Uribe se reunió con uno de los hijos de los Rodríguez Orejuela, para que se metiera en el lío de no confirmar ni negar la reunión.

(En el siguiente video, la ambigua respuesta de Uribe a Néstor Morales).

—¿Y si igual no acuerdan nada?  —insistió Lorena.

—La sola reunión es suficiente para hacer volar la imaginación de la gente, para que crean que es otra artimaña del uribismo con la intención de borrar políticamente a Petro. El malo de esta historia tiene que ser el jefe del Centro Democrático. Se ha ganado bien la fama de andar montando casos contra sus opositores.

—Sí, pero me preocupa algo —confesó Lorena—. Estamos poniendo esto al límite. El fiscal ya se inventó una imputación de cargos contra Sergio Fajardo. Fácilmente se puede inventar otra contra Petro con esto de los Rodríguez Orejuela. A eso súmale lo que están cocinando en el Consejo Nacional Electoral (aquí se puede leer un análisis sobre el tema en La Silla Vacía). No demoran en quitarle la personería (vea aquí la noticia). Suficiente con todo eso para que ahora, nosotras, terminemos ayudando a que, de verdad, se caiga la aspiración de Petro.

La Candidata la miró con seriedad, pero sin reproche.

—Lo que dices es cierto, Lorena. Es posible que se nos esté yendo la mano. Pero no pierdas la perspectiva. Aquí la idea no es que gane Petro. La idea es que pierda el establecimiento. Y para que eso ocurra, hay otra persona que, perfectamente, puede recoger las banderas de Gustavo Petro y llegar a la Presidencia.

Lorena no lo había pensado antes, pero tampoco le costó adivinar.

—¿Gustavo Bolívar?

La Candidata asintió.

—Imagínate la campaña que se podría hacer alrededor de ese apellido. Imagínate lo simple y poderoso que sería su afiche, con solo dos palabras: «Bolívar, Presidente».

Lorena se tomó unos segundos para imaginar un escenario así. Ningún otro presidente en la historia de Colombia había tenido el mismo apellido del Libertador. Gustavo Bolívar, pensó ella, tenía además esas facciones de héroe indígena que bien podrían explotar en una campaña: el pelo largo, negro y lacio, las cejas reteñidas y la nariz recta.

 

 
 
 
 
 
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—Así como lo pintas…, si ese es el plan B…, me está gustando más que el plan A —dijo la secretaria privada de la Candidata.

—Bueno, pues no eres la única que piensa así. Mira lo que dice la gente en Twitter sobre la posibilidad de que Bolívar sea presidente y mira la cantidad de personas que validan o comparten esa idea. Yo creo que a nuestro plan B hay que empezar a darle cara de plan A.

Lorena le abrió los ojos y arqueó las cejas.

—¿Y entonces? ¿Qué vamos a hacer?

—Hay que ayudar a que se siga perfilando como un líder de masas —dijo la Candidata—. Justamente se avecina un paro nacional y Bolívar ya pidió que el paro sea indefinido. ¿Qué tal si le damos una mano con eso?

***

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