Capítulo 7: La culpa es de los gringos

Segunda temporada

Tomada de Blu Radio.

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Martes 1º de junio de 2021

El contacto de la Candidata en República Dominicana se fue sin despedirse. Se montó en su camioneta negra y dejó a Lorena y a Nicolás sentados en aquella banca de concreto, mirando hacia el mar Caribe y de espaldas a la avenida George Washington. Acordaron verse en aquel estacionamiento de la ciudad de Santo Domingo, sobre el malecón, a plena luz del día y a cielo abierto, seguros de que allí no había cámaras. El ruido de la brisa y el paso de los carros reducía las posibilidades de que alguien más los escuchara.

—¿Cómo fue que dijo este tipo? ¿«Cambio de liderazgo en Haití»? —preguntó Lorena.

Nicolás afirmó con la cabeza. Lorena lanzó una suposición que habría preferido no decir en voz alta:

—Lo van a matar, ¿cierto?

—Si solo fueran a detenerlo, no necesitarían montar el «show» este que les estamos ayudando a montar —respondió Nicolás—. Los medios se van a entretener por semanas, intentando adivinar qué pasó.

Lorena conservaba algo de escrúpulos:

—Matar a un presidente… Eso es otro nivel.

—Pues no lo vamos a matar nosotros. Alguien en Haití lo va a hacer.

—¿Quién?

—Lo que nos importa no es quién lo mate sino a quién le echen la culpa. Van a decir que fue un golpe interno de políticos, que fueron los narcos… los sospechosos de siempre. Pero, nosotros, sobre todo, queremos que digan que esto es culpa de los gringos, de la guerra contra las drogas que ellos mismos se inventaron. Por eso escogimos militares entrenados por Estados Unidos, para que les caiga un poquitico de sangre en las manos.

Lorena negó con la cabeza.

—¿Pero qué necesidad tenemos de mandar militares que sean colombianos? Podrían ser militares de cualquier otro país, ¿no?

Nicolás miró a Lorena extrañado.

—Es que este es el negocio de la jefa…

—¿Cuál? ¿Cómo así?

—Pues que ella vive de… «exportar personal de seguridad» desde Colombia. Su nombre no aparece en un solo papel, pero con esto es que ella paga las cuentas… ¿De dónde crees que saca plata para pagarnos a nosotros?

***

Lunes 28 de junio de 2021

Hay parejas de exnovios que siguen mirándose con complicidad, incluso si han pasado décadas sin verse. No es que se coqueteen. La mirada cómplice está en la atención que se prestan mientras conversan, en cómo sus ojos se mantienen conectados y presentes, inmunes a distracciones que alterarían a cualquier otro par de interlocutores: la caída de un plato, el transitar de un perro grande o la vibración de sus teléfonos celulares.

Juan Manuel Santos charlaba aquella mañana con la Candidata, mirándola con extrema atención, en el restaurante de un hotel de la ciudad de Washington. No se había dejado distraer de nada, ni del señor que desayunaba acompañado de un gato guardado en un bolso, ni del escandaloso reguero de jugo de naranja que se hizo a dos mesas de distancia. Sus celulares estaban en silencio. Él ya había acabado su plato «London Bridges» (le gustaba todo lo que le recordara sus años en «Londres»). Ella, su taza de frutos rojos y la «frittata» de calabacín y queso de cabra. Ambos bebían café.

—Un poco a destiempo, pero al final te saliste con la tuya —dijo la Candidata—. ¿Cuándo fue que pediste que Pacho saliera de la embajada?

—A finales del año pasado. ¿Noviembre, creo? —calculó Santos—. Lo malo es que pusieron a Pinzón. Jejeje.

—Es verdad. No hay dicha completa.

—Pero… ya hablando en serio… No era un tema personal con Pacho…  Es que… él… su permanencia en la embajada… ha estado haciendo mucho daño a la relación con los Estados Unidos.

—Bueno, pero y a ti qué te importa, Juan Manuel. Qué interés tienes tú en que la relación de Estados Unidos con Colombia sea buena o mala.

—Pues porque yo… quiero que al país le vaya bien. Estoy retirado de la política, pero me preocupan muchas cosas… el retroceso social, la situación económica, la implementación del acuerdo de paz…

—El narcotráfico, me imagino —indujo la Candidata.

—Sí… —replicó Santos sin convencimiento—. Pues… me dicen que eso se está desbordando… Por eso, también, el acuerdo de paz es tan importante. Es más, el acuerdo de paz… 

La Candidata conocía bien el «síndrome del legado presidencial en Colombia». Se trata de la obsesión de los expresidentes por seguir dándose importancia a través de alguna obra de gobierno insuficiente, con la que prometieron acabar la violencia. En el caso de Santos, el acuerdo de paz que firmó con las FARC servía hasta para darle solución a la protesta social.

Lo mismo pasaba con Uribe, que persistía en la «seguridad democrática» como la gran respuesta a un problema que nunca había dejado de ser un problema (el problema de la seguridad). Pastrana, peor aún, seguía hablando del «plan Colombia» cada vez que le daban el papayazo de sacar a bailar el tema, como un abuelo que intenta impresionar a sus nietos con la misma historia de siempre, aunque esa historia solo le importe a él.

La Candidata interrumpió a Santos:

—Lo que dices es muy cierto.

El expresidente pensó que se refería a la «importancia del acuerdo de paz». Pero no. La conversación que ella quería era otra:

—El narcotráfico, Juan Manuel, como decías, es un problema que se está desbordando. Yo no entiendo cómo esto no hace parte del centro del debate hoy en día. Debería ser un gran tema de la campaña electoral. Ojalá algún candidato empiece a hablar de este tema pronto.

La idea le disonó a Santos:

—Pero… ¿El narcotráfico?… Digamos que… a mí el tema sí me preocupa y hay que prestarle atención, pero… sin narcotizar la agenda nacional otra vez. Es que… es como una cosa del pasado, ¿no?

—El debate no es sobre quién les da más duro a los narcos. Estoy de acuerdo en que esa es una discusión anacrónica. El debate de hoy es sobre la legalización, qué drogas se van a regular, cómo se van a regular y por cuáles vamos a empezar. El único que habla del tema con claridad es Petro.

Al fin, Santos se conectó con la idea:

—Bueno…, yo he venido diciendo que hay que replantear la guerra contra las drogas; que la prohibición ha demostrado ser peor que la enfermedad. Pero… no es mucho lo que pude mover como presidente. Menos ahora, como expresidente…

—Es que replantear la guerra contra las drogas no depende de un presidente colombiano —afirmó la Candidata—. Ni siquiera depende de si la gente en Colombia está de acuerdo o no con la legalización. Lo que realmente importa es lo que piense y haga el presidente de Estados Unidos. Tú lo sabes mejor que yo. El narcotráfico ha estado en la agenda de Colombia por décadas, pero porque los gringos pusieron el tema sobre la mesa. Lo que necesitamos ahora es que los gringos pongan, sobre esa misma mesa, el tema de la legalización.

—Y no es descabellado… Con Biden esa es una posibilidad.

La Candidata hizo cara de estar elaborando una idea, cuando en realidad la traía prefabricada.

—¿Y por qué no hacemos que Biden empiece a poner el tema en la agenda de Colombia?…

—¿Pero cómo? —preguntó Santos.

—Ay, Juan Manuel, por favor. Tú sabes cómo… Con «el contratista» que te contó que Pacho quería hacerle campaña a Trump. Me dio mucha risa escucharte en la radio: «Oh, sí. Es un contratista del Pentágono que ha trabajado con mi gobierno, con el de Uribe, con el de Pastrana… No me autorizó a decir quién es, porque así es John Rendon, le gusta el bajo perfil».

A Santos le causó gracia la burla de la Candidata:

—Jejeje… Sí, sí… Se dieron cuenta rápido y a John le tocó salir a poner tatequieto.

—Pues tú y yo sabemos que John tiene cómo llegar al oído del presidente de Estados Unidos. Dime la verdad: ¿cuándo te vas a ver con John? ¿Hoy o mañana? Me parece improbable que vengas a Washington y no se reúnan.

Santos sonrió con la picardía de un infiel sin remordimientos.

—Me reuní con John ayer.

La Candidata soltó una carcajada que llamó la atención de otras mesas.

—¡Y hasta ahora me lo dices! Por favor, cuéntame algo… cuéntame algo que nadie sepa.

El expresidente se lo pensó, más por hacerse el interesante, que por dudar sobre si contarle algo o no.

—Hoy Biden llama a Duque —le reveló al fin.

—NO TE CREO —dijo entusiasmada la Candidata.

—En serio. Me dijeron que hacia el mediodía.

—Bueno… Pues esa llamada puede ser la oportunidad para que Estados Unidos empiece a poner en nuestra agenda, otra vez, el tema de la lucha contra las drogas, pero con un enfoque diferente. Te conviene. Tu acuerdo de paz no se va a aplicar nunca en un país en el que se instale de nuevo el narcotráfico. Necesitas que Biden te dé una mano con eso. ¿Qué tal si le compartimos, ya mismo, algunas ideas a John, para que le lleguen a Duque en la llamada de hoy? Alcanzamos, ¿no?

Apareció entonces una distracción que sí fue capaz de sacar a la Candidata del momento cómplice que vivía. Una fuerza reconocible que caminaba por fuera del restaurante, pero que podía verse a través de los grandes ventanales. Era María Clemencia Rodríguez de Santos, que parecía levitar con una hermosa túnica de colores y unos clásicos Chanel destalonados, negros y beis. Con ese atuendo acompañaría a su marido, en la tarde, a una cita en la residencia del embajador de Irlanda.

(Vea en detalle la tercera foto del siguiente tuit).

La esposa del expresidente no volteó a mirar, pero su hija sí. María Antonia caminaba junto a ella y se quedó viendo a la mesa con absoluta frialdad, con ese gesto neutro y desapasionado que había heredado de su padre. La Candidata sintió algo de tensión en aquel instante, pero logró salir de lo que parecía un trance y volvió a su conversación. Quiso entonces lucirse frente a Santos con una de las cosas que más atraen a los hombres poderosos: información.

—Un paréntesis… antes de que se me olvide… —advirtió la Candidata—. Cuando vayas a tu reunión de esta tarde, no olvides hablar del busto que tiene el embajador en el jardín. Es una escultura en bronce del primer embajador irlandés en Estados Unidos. Va a ser fácil que te acuerdes del nombre.

—¿El nombre del primer embajador de Irlanda en Estados Unidos? ¿Cómo se llamaba?

—John.

***

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