Capítulo 11: «Ingenuidad, mi pecado favorito»

Segunda temporada

Advertencia: ESTO ES FICCIÓN

Esta es una sátira sobre las relaciones de poder en Colombia, escrita en forma de novela. Y así como algunas películas advierten que su trama está «basada en hechos reales», esta es una novela basada en hechos actuales. En otras palabras: no se confunda. «La candidata presidencial» es una caricatura de la realidad, una parodia, un ejercicio de opinión y de imaginación del autor. Yo lo llamo ficción coyuntural.

Lunes 30 de agosto de 2021

La mesera de Siuka sirvió el expreso con galletas de mermelada, las favoritas de Alejandro Gaviria en aquella cafetería de la calle 79A, a un asomo de la carrera Novena de Bogotá. La Candidata recibió su té de hoja suelta y una barra de almendras que se permitió sin remordimientos porque había hecho ejercicio de más esa misma mañana.

—Este lugar es un tesoro. ¿Qué tan cerca vives? —preguntó la Candidata.

—Acá al lado. Justo al lado. No es ni media cuadra —respondió Alejandro.

La Candidata le dio otra mirada al lugar, a los bombillos colgantes y a la pared de pequeños espejos enmarcados en los que Alejandro también había caído en la tentación de tomarse selfis.

 

 
 
 
 
 
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Una publicación compartida por Alejandro Gaviria (@agaviriau)

—Sácame de una duda: ¿cómo es que te vas a diferenciar de Fajardo? Los dos son paisas, académicos y mechudos.

Alejandro Gaviria soltó una carcajada.

—Sí es verdad que pueden encontrarnos parecidos —reconoció Alejandro sin dejar de sonreír—. Me imagino que con ideas… con propuestas es que nos vamos a diferenciar… Yo creo que puedo aportarle al centro un contenido programático. Eso no lo tiene el centro. Uno sabe qué propone la izquierda y qué propone la derecha, ¿cierto?, pero el centro ha fallado en hacer propuestas puntuales.

A la Candidata se le iluminaron los ojos.

—De acuerdo. El centro… Fajardo… se han dedicado a decir que no están con ningún extremo, pero tampoco han dicho qué proponen. Asegúrate de tocar ese tema, ojalá en Medellín. Allá es donde primero deben notar la diferencia entre Fajardo y tú.

—Voy a ir el viernes. Estamos por reconfirmar una entrevista con El Colombiano. Puede ser ahí… Esta semana va a pasar de todo… Déjame mostrarte una cosa…

Alejandro buscó en su celular una imagen y se la mostró a la mujer:

—Es el logo de mi campaña. Lo escogimos con mi hija Mariana, es una historia muy bonita, a partir de una pictografía que hay en Chiribiquete.

La Candidata lo analizó con una sonrisa de pómulo a pómulo. Parecía que lo disfrutaba, pero en realidad se estaba burlando. Observó el logo como quien prueba la sazón de un amigo y se siente en la obligación de decir «muy bueno». Ya sabía que Alejandro sería un pésimo candidato, pero no llegó a imaginar que su «primiparada» lo hiciera fallar en algo tan elemental como el logo de campaña. Se puede ser idealista, porque ese es un camino para concebir propuestas ambiciosas, pero no se puede ser ingenuo porque, en política, la ingenuidad es mortal.

—¡Me encanta! —dijo la mujer—. Esto es lo que ilusiona tanto de tu nombre, que todo sea tan genuino, que el logo lo haga tu hija y no una agencia de publicidad de las de siempre. Hasta podrías tener a tu servicio la maquinaria del Partido Liberal, pero preferiste la inscripción por firmas. Todo eso habla muy bien de ti y de lo que has dicho sobre la honestidad, la transparencia… la «ética de la verdad» por encima de todo.

—Aunque eso, hay que decirlo, tiene su costo también. Ahora mismo me están matoneando por haber hablado bien de Alberto Carrasquilla.

—Pero si eso es lo que piensas de él… la gente no puede pretender que rajes de un tipo competente que, además, es tu amigo.

—Lo que pasa es que… sí… Alberto es probablemente el mejor economista monetario del país… pero también es verdad que él es una figura que representa, dijéramos, el descontento con este Gobierno, ¿cierto? Es, si se quiere, un símbolo del estallido social tan fuerte del último año y con el que el Gobierno pareció tan indolente. Yo eso lo voy a corregir. Tengo que rectificar… Y tengo que llamar a Alberto, para avisarle. Yo creo que él va a entender.

—¿Por qué no dijiste eso desde el principio? —preguntó la Candidata—. Tiene completo sentido decir que es un gran economista, pero que su nombramiento envía un mensaje equivocado, desafiante. 

Alejandro miró hacia un lado, buscando palabras para su respuesta. Se reacomodó las gafas, agarrándolas meticulosamente del marco con sus pulgares e índices, como un fotógrafo que cuelga con pinzas una foto recién revelada.

—No lo pensé así en ese momento… He dado muchas entrevistas… y no se puede ser lúcido el 100 por ciento de las veces. El repentismo lleva a errores, sobre todo en temas que uno no ha reflexionado lo suficiente. Discernir requiere de tiempo, no siempre, pero sí en muchas ocasiones, ¿cierto?… tiempo para pensar, para elaborar… Y estoy cansado. Eso tampoco ayuda. No he dormido bien. Me ha pasado antes.

A la Candidata se le hizo agua la boca. Le costó esconder su cara de placer al escuchar lo que para cualquier otro habría sido una inofensiva confesión de quien cree en la «ética de la verdad».

—Eso que me estás contando, Alejandro… es tan humano… Todos nos cansamos. Yo creo que la gente puede entender perfectamente que hayas tenido un lapsus por algo tan natural como un simple momento de fatiga. Estaría bien admitir todo eso con tranquilidad: que cometiste un error, que han sido muchas entrevistas, que no has dormido… Esos gestos de sinceridad son muy bien valorados por la gente.

Alejandro volvió a desviar la mirada para pensar, pero asintiendo de antemano. La Candidata lo observó con el gozo de un psicópata que ve a su presa acercarse a la trampa. Es verdad que la gente valora a los candidatos presidenciales que se muestran humanos, a los que se conmueven, a los que son graciosos, incluso, a los malgeniados, pero también es cierto que si hay algo que no se tolera en una campaña es a un político que dé señales de flojera.

(Escuche a continuación el momento exacto en que «Los Danieles» le dan palo a Alejandro Gaviria, una semana después de haber celebrado su candidatura).

***

Martes 31 de agosto de 2021

El concejal de Funza John Baquero esperaba su hamburguesa con tocineta, papas y gaseosa en un restaurante de comidas rápidas de Bogotá.

—¿Concejal Baquero? —preguntó Nicolás Ulloa, pretendiendo no estar seguro, aunque llevaba dos horas siguiéndolo desde Funza.

John se quedó viéndolo extrañado. No era normal que un desconocido lo «reconociera» en Bogotá, ni siquiera por ser director de la Organización Nacional de Juventudes Liberales. Era todavía más raro que lo identificaran, con apellido y todo, por su labor como concejal de un municipio de segunda categoría.

—Mi nombre es Nicolás Ulloa. No había tenido el placer de conocerlo antes, en persona, pero sé muy bien quién es usted. Digamos que… he seguido de cerca su papel en la candidatura de Alejandro Gaviria. Usted ha sido clave para darle un impulso desde el Partido Liberal.

El concejal Baquero disfrutó el pequeño momento de fama. Nicolás sabía que la gente suele abrir su corazón cuando le acarician la vanidad.

—De hecho, mi jefa se reunió ayer con Alejandro —contó Nicolás—. No me extrañaría que terminemos trabajando juntos. Mi candidata y su candidato van a coincidir en algún momento.

—Ahhhh…, sí me dijo Marla de esa reunión. ¿Usted es asesor de la Candidata? Siéntese. ¿Está almorzando con alguien? Podemos almorzar juntos si quiere.

—Ya comí, pero le acepto la invitación a sentarme. No todos los días se tiene la oportunidad de hablar con una estrella de la política en ascenso.

John entró en plena confianza después de semejante lambeteada.

—Me imagino que está en Bogotá para el evento de mañana —agregó Nicolás.

—Sí, vengo a la inscripción del comité de firmas —confirmó el concejal.

—Qué berraquera. Lástima esa prevención de Alejandro con el Partido Liberal. Le habría servido mucho que se lanzara de una vez como candidato del partido. Imagínese los recursos que tendría a su disposición. Pero bueno, César Gaviria ya le dio la bendición, así Alejandro insista en ser candidato independiente.

(Escuche a continuación la declaración exacta de César Gaviria sobre este tema).

—Alejandro está en el mejor de los mundos —agregó Nicolás—. No se matricula con el partido, pero el partido sí puede apoyarlo como cosa suya. Yo me imagino que, por ejemplo, van a usar los canales oficiales para hacerle bombo al evento de mañana.

—Nooo, hasta allá no llegamos todavía. Las juventudes liberales sí lo apoyamos oficialmente, pero el partido no.

—Concejaaal —dijo Nicolás con compinchería—, usted no solo es el director de las juventudes. Usted también es un dirigente del partido. Algo tiene que mandar, ¿o no? A más de uno tiene que conocer, ahí adentro, el «community manager», el de las bases de datos. Si uno no manda cuando se ha ganado un lugar dentro del Partido Liberal… ¿entonces cuándo? Si César Gaviria ya dijo que nadie se opone al nombre de Alejandro… ¿quién va a salir a quejarse ahora?

***

Marla leyó con emoción la dedicatoria que acababa de escribir Alejandro Gaviria en su libro «En defensa del humanismo». Estaban en el café de siempre, a un asomo de la carrera Novena, en ese que no queda ni a media cuadra de la casa de Alejandro, el mismo en que se vio el día anterior con la Candidata. La joven activista le tomó una foto a la portada y dejó que se viera un poco de él al fondo, la mano derecha, los dedos de la izquierda, el torso, la cara no.

Trabajaron hasta que Alejandro recibió un chat que lo dejó incómodo. Alguien le mandó un tuit de la cuenta del Partido Liberal. Desde allí invitaban a acompañarlo al evento de la mañana siguiente. Le comentó el tema a Marla con un sinsabor que no acababa de entender y se limitó a negar lo problemático del asunto con dos palabras de resignación:

—Qué raro.

Pero llegaron más chats, 27, que convirtieron el sinsabor en una picazón insoportable. Amigos, familiares y simpatizantes le escribieron para referirse al tema con la misma inquietud de fondo: «Y esto?»; «Estás con el Partido Liberal?»; «Llegaron a un acuerdo?»; «No ibas como independiente?».

Marla indagó por su cuenta, tecleando con algo de ansiedad en WhatsApp, hasta dar con el responsable. «Jejeje. Sí. Yo cuadré eso», admitió en un mensaje el concejal de Funza, orgulloso de lo que creía un acto heróico y no una metida de pata.

—Fue John —dijo Marla.

Alejandro abrió los ojos, sin que se le vieran más grandes. No importa cuánto arqueara las cejas, sus ojos siempre se percibían chicos. Le dio a Marla una orden que más bien pareció una súplica.

—Dile que no. Que lo quiten. Esto no me conviene.

***

Domingo 5 de septiembre de 2021

La Candidata se agarró el pelo, se amarró los tenis y se puso los audífonos inalámbricos. Alcanzó a abrir la puerta de su apartamento, pero se detuvo. Regresó al estudio, sacó de la hibernación a su computador de escritorio y buscó en El Colombiano la entrevista de Alejandro Gaviria. Leyó hasta la parte en la que habla de Sergio Fajardo. La mujer sonrió con suficiencia y les envió el enlace a sus asesores con un mensaje que parafraseaba la última línea de Al Pacino en «El abogado del diablo»: «Ingenuidad, mi pecado favorito».

***

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